El viento canta susurros de antaño,
bajo un cielo que llora estrellas,
las manos tiemblan, buscan el daño,
y el eco de risas se vuelve huella.
Camina el río por la piel de la noche,
cada gota, un destello de oro,
el tiempo se arrastra, lento y torpe,
como un reloj que detuvo el sollozo.
Pero hay un fuego que arde sin tregua,
en lo profundo de un pecho herido,
y aunque la sombra a veces lo ciega,
es luz que no muere, aunque esté perdido.