No basta el ímpetu, el rugir del agua
desbocada en torrente, sin diques ni cauce.
No basta la furia de un relámpago suelto,
ni el verbo incendiado en su propia llamarada.
El poema es un río que talla la roca,
con pulso y con ritmo, con filo y medida.
No es solo estallido, es también estructura,
columna que erige su propia armonía.
La palabra es brisa, es puño, es alud,
pero siempre labrada en su justa armazón.
Si se vierte sin forma, se quiebra en la nada,
si es solo un impulso, no deja canción.
Por eso lo esculpes, lo moldeas despacio,
dejas que respire, que tome su piel.
Y en ese trabajo de ardor y de tiento,
te nombra, te esculpe, y vuelve también.