El querer, si se revela, sin quererse revelar,
es un fuego que arde quieto, sin atreverse a brillar,
una sombra que la sigue, como un viento sin rumor,
que la mira desde lejos, sin decirle su clamor.
Es un murmullo que calla, un deseo contenido,
un suspiro en la penumbra que nunca es recibido.
La observa con la nostalgia de quien no puede alcanzar
el reflejo de un amor que no se atreve a nombrar.
Cada paso de su cuerpo es un canto silencioso,
como un sueño detenido en el borde de lo hermoso.
El querer se queda quieto, prisionero de su piel,
y la noche lo contempla con mirada de papel.
Ella pasa como estrella, sin saber lo que provoca,
y el querer, en su destierro, guarda su verdad tan loca.
Porque amarla en secreto es vivir sin respirar,
es buscar en el silencio lo que no puede encontrar.
Así el querer se consume, sin poderse declarar,
como brasa que se esconde, sin fuerza para estallar.
Puede verla y adorarla, en su infinita hermosura,
pero calla su deseo, condenado a la ternura.