En la cercanía de labios ingenuos,
el roce titubea, tembloroso y breve,
y un beso se esboza, tímido y trémulo,
como brisa leve que el alma remueve.
El sabor a frutas, la risa furtiva,
envuelven la tarde en un velo ardiente,
y en cada susurro la piel cautiva
se entrega a un instante puro y latente.
Las manos errantes, torpes, sin prisa,
exploran la senda de un mundo nuevo,
y el tiempo se escurre con leve sonrisa
dejando su huella grabada en el viento.
Así fue el amor, fugaz y sincero,
naciendo en la aurora de nuestra historia,
y aunque la vida se vuelva sendero,
su eco persiste en la misma memoria.