Vagaba, el alma libre, el mundo a mis pies,
con el cielo por manto y el sueño en el pecho.
Llevaba un par de versos, un hambre sin derecho,
y el viento, trovador, cantaba en el ciprés.
Las estrellas caían sobre el lomo del mar,
y en la senda de polvo, mi paso errabundo
dibujaba las rutas de un horizonte inmundo,
un exilio de oro donde fui a descansar.
Las manos en los bolsos, mi frente desnuda,
sentía en el camino el murmullo profundo
de una fuente que ríe y el canto del mundo.
¡Oh noche, en tus confines mi vida se anuda!
Libre fui, sin cadenas ni nada que me atara:
una libertad eterna, sin casa ni palabra.