A mi mesa bien servida
En mi casa, a la temprana,
con gran gozo y regocijo,
me encontré sobre el tajo fijo
una vianda soberana.
Era el queso, tan jugoso,
tan brillante y tan hermoso,
que mirarlo era un reposo
y comerlo, un puro gozo.
No faltaba el buen chorizo,
que entre risas y entre cuentos,
despertaba mil contentos
y alegraba el compromiso.
Mas aún mejor fortuna
vi llegar, oh dicha mía,
pues el vino que fluía
resplandecía como luna.
«¡Tráeme pan!», grité a la moza,
«que con queso y con chorizo,
bien regado de este hechizo,
haré cena provechosa.»
Y al sentarme, satisfecho,
suspiré por mi festín,
¡que no hay gozo más sin fin
que un estómago bien hecho!
