Un jardín se despliega bajo el cielo divino,
sus flores se levantan como un manto radiante,
y en su fragancia dulce se eleva un susurrante
cantar de mil aves que adornan mi destino.
Allí, en la mañana, con mi verso genuino,
declamo para ti, mi reina deslumbrante,
la música del alma, la pasión constante
que en mi pecho florece, como eterno camino.
Tus ojos, luminarias, son mi fiel horizonte,
tu risa, un manantial que al corazón desborda,
y tus manos, caricias que el tiempo no deshace.
A ti, que eres mi estrella, te erijo este monte,
un canto inmortal que mi espíritu borda,
pues en tu amor sereno mi vida se complace.
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