Oh, Hugo Emilio, cantor de la esencia pura,
las alturas te honran en su paz divina,
el viento te replica con fiel ternura,
y la rima te rima en dulce esquina.
La musa te ama en su entrega segura,
las flores te cantan, su voz destina
a tus versos que, con gloria madura,
hacen del alma eterna colina.
Violines te ríen en suave encanto,
colores te pintan de luz y arte,
canciones te cantan en fiel quebranto,
mientras corazones sienten tu parte.
Arpegios te exaltan, sin miedo o llanto,
y los zorzales, de tu canto aparte,
te trinan, cual himno, en alto manto,
con crespines que alaban tu estandarte.
Y es la vida misma, que en su alabanza
se posa a tus plantas, reverenciada,
porque en tus palabras, la esperanza
renace en cada alma, acrisolada.
Es que eres, Hugo Emilio, la añoranza
de lo eterno en forma de voz creada,
el eco que deja en su danza
un poema de amor y luz grabada.