Rubén Darío

Abrojo XXXI

¡Qué piropo! Escalda y pincha.
¡Qué obscenidad! ¡Qué baldón!
¿Quién lo dijo? Ese mocito
del flamante redingot.
A la pobre muchachuela
la cara se le encendió...
Iba descalza, iba rota,
y ¡miren qué contrición!
¡Como si tal harapienta
pudiera tener pudor!
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