Desperté por la mañana,
un pájaro se mecía en las ramas del pino,
su canto escapaba de mis sentidos
como el agua en mis manos.
Como las flores que en primavera florecieron
en los muros agrietados
por tu tristeza, y los huecos que tu amor dejó
mi alma se aferró a ellos
y a mí melancolía.
Y la hiedra murió sobre mi pecho,
cubriendo los huesos
que el fuego calcinó.
Mis recuerdos se borraron
como manecillas oxidadas,
olvidado, debajo de la cama,
el polvo se llevó la vanidad.
Tus manos se congelaron
y mis ojos siguieron tus pasos
hasta la puerta,
derrumbado, frente al fuego,
una isla creció en mi centro
y destrozó mis fieles creencias.
El humo se acumuló en mis cabellos,
la tormenta limpió el suelo
y el aire se volvió salado.
Él estaba en mi habitación
y la maleza creció en el techo,
los cortes fueron escandalosos
y el número uno fue el último en beber.
Mi mano tendí como una promesa
y el vino incendió lo que empezaste,
mis hojas se llenaron de sangre
y la ventana se rompió al instante.