No te imaginas cuanto lo deseo, te deseo.
Deseo que llegue el día en que estemos juntos, uno a uno, tumbados sobre una cama y pudiéndonos hacer de todo no nos hagamos nada, guardar silencio por unos minutos como si estuvieramos dándole luto a nuestros amores viejos porque nuestro nuevo amor nos devolvió la vida, la fe y la sonrisa, esa creíamos perdida, casi extinta. O al menos para mí fue así.
Deseo tanto que llegue el día donde tú me mires, donde yo te admire, donde físicamente seamos cuerpos en reposo a punto de aplicar fricción, donde químicamente la oxitocina invada todo nuestro sistema nervioso como si estuvieramos inhalando drogas, donde podamos cometer pecados que ni siquiera se han inventado y no ser juzgados, donde religiosamente Dios y el Diablo que todo lo pueden ver, nos permitan unos minutos de privacidad porque dos simples mortales totalmente desnudos y totalmente enamorados están a punto de traspasar de lo terrenal, al plano celestial a través del clímax.
Deseo tanto que llegue el día en que tus labios no digan nada.
Deseo tanto que llegue el día en que tu mirada lo diga todo.