Batientes en sus goznes,
de tierra aún, los sueños,
en tanto desamparo,
los ojos dan, abiertos,
a esquilas amorosas,
resabios de ganado,
que aun tiemblan si es que gime
al cobijo del álamo.
Del álamo implacable,
pastor sutil del viento,
a esquilas de estos sotos
–¡belleza suya!– ciego.