Imagino llevarte de la mano
y caminar sin demasiada prisa
un luminoso día de verano
hacia la iglesia para oír la misa.
A la salida entramos en un bar
a tomar la cerveza de costumbre
y en él, ilusionados, preparar
juntos el clímax del momento cumbre.
A la llegada a casa pedirás
con voz melosa y en los ojos fuego,
que quieres una vez y muchas más
comprobar el ardor con que me entrego,
y tú, con tus caricias en derroche,
vas a poner a tal festín el broche.