Recuerdo que con ansia te buscaba,
pues no me acostumbraba a no tenerte
y sólo cuando ya lograba verte
el alma de ansiedad se me calmaba.
Qué tiempos tan felices y tan plenos
de dicha que no tienen parangones,
cadena de dorados eslabones
que a todo lo demás eran ajenos.
Allá donde mi vista se posase,
veía antes que nada tu figura;
por blanca que una cosa se adornase
contemplaba en tu faz mayor blancura;
nada había que tanto destacase
como tu rostro lleno de hermosura.
Fue bendita locura
la que vivimos y tan grande fuera,
que así continuó la vida entera
y es la razón por la que aún perdura.