Insomnio
del que escucha
con qué golpe tan seco
caen los cuerpos en la tierra.
¡Y cuántos están cayendo!
Cuántos que se han hundido
Dejando intacto el hueco de su cuerpo.
Hundido con sus pasos, sus manos y su
frente,
pero hundidos hacia arriba;
sumergidos voluntarios en la muerte
seguros de transvivirse
en sus rocas, en sus mares,
en sus árboles.
Su pecho estuvo cierto
en la evidencia
de que no hay otra vida sino aquella
que por el camino de la sangre
hacemos nuestra.
Perdidos tendremos
ya sus rostros,
de las formas deshechas
se apartarán sus pies.
Pero sábelo,
porque tienes que saberlo,
que estamos contentos
con tanto ramo de olivo.
Porque sólo el hombre oprimido,
ahogado de noche o de terror
alcanzará la apropiada medida
para revivir en forma exacta
la desfallecida corteza
del planeta.
Los desprendidos huesos
se levantarán de nuevo,
que no está enterrado su fósforo
ni caído su laurel.
Sus manos frescas trabajan
con redoblado afán,
sin reposo,
para que renazca, encendida
—levantada en raíces—
la verdad de ser libres.