Claudio Martinez Paiva

Suroeste

Un valle, un cerro y una senda larga;
un silencio de muerte,
se abre en ojos de sal el agua amarga
y hay piedra y fuego en el paisaje inerte.
 
Nada alienta en el tedio del desierto;
de vez en cuando un zorro sigiloso
cruza con paso incierto,
y turba, con un -"¡Huác-co!", su reposo.
 
Igual que un copo de algodón que sube,
el pájaro que sueña,
al pararse en la altura, se hace nube;
duerme en azul su sueño, la cigüeña!
 
Ni un silbido interrumpe la agonía
del sol que cae, rojo lampadario,
y su manto de sangre es el sudario
en que se envuelve el estertor del día.
 
Llegó la noche; todo es una alfombra
ancha y oscura; quieta, desolada.
¡Ni estrellas hay para cortar la sombra!
¡Silencio, muerte, nada sobre nada!
 
De pronto un grito, un llanto, un gran lamento
nace del suelo, se hunde en la maraña,
trepa en las alas cálidas del viento
y se repite en ecos de montaña...
 
¡Es un indio que canta!... Es un gimiente
aullido inmenso que imponente pasa.
Canta un indio, y se siente
que es un sollozo el canto de su raza!

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