A) Mi madre, orgullosa de mi educación (colegios privados, clases particulares de dibujo, música e idiomas), es también una crítica literaria sagaz y que corta a degüello. Siempre le leo todo lo que escribo (excepto los diarios íntimos) y espero su reacción; hoy me dijo que soy demasiado cerebrotónico, poco cálido, que el genio debe ser fácil de asimilar (aunque él mismo posea una gran originalidad), que el destino de cualquier poeta es llegar a ser recitado anónimamente por el pueblo, y, last but not least, que un escritor es un animal racional literaturizado (aunque mentiroso) pero que yo propendo en exceso a la verdad, la sensibilidad lógica, y la razón.
¿Qué querías mamá? Toda tu vida contendiendo para convertirme en un ser exquisito y singular, siempre empeñada en tu desprecio a las masas («son como bacterias» sueles decir proverbialmente) y ahora deseas verme un sosias de la ridícula y vulgarzota Ana Lena Rivera o un doble del ripioso chupacaramelos de Mario Benedetti. Yo persisto en mi ser (caviloso, minoritario, antipopular, elitista, magnificente, grave), a imagen y semejanza de como me creaste y que, en tu fondo, sé que deseas.
Me criaste para que me juzguen los prebostes de Oxford y no las listas de éxitos o de más vendidos de Marie Claire o Lecturas. No, mamá, hoy no es tu día. Criticas a abuelas y madres de cerebro calloso, a políticos y artistas botijeros, eres adorablemente clasista y de espíritu dorado. Hoy es el día de las madres de Mercadona. Tú eres selecta como una hilada fresca de viento en la montaña. Otro día me pondré mi capa McFerlán y tomaremos unos mirlitons juntos.
Como que amo lo bueno y exquisito no puedo sino amarte. Nuestro amor es como lujosa leche de queso de alce. Nuestro amor es como un sinfonier clásico o un sillón pan de oro, como un antiguo reloj de oro. Para otros el pollo de asador con sus patatas renegridas y resecas. De ruc i de senyor se nha de venir de mena. (B) Todos conocemos a gente cruel, sin resonancia, carente de corazón. El tuyo, en cambio, mamá, es una delicada y bondadosa cajita de alabastro. Qué placer vivir contigo, una adorable dama con intenso garbo de clase altoburguesa, pasmosamente inteligente, muy culta; de cada diez cosas que haces nunca ninguna es un error, y eres totalmente incapaz de cometer alguna maldad.
A tu lado (al igual que con papá) he mejorado enormemente, pero una comezón dolorosa de haber sido un hijo imperfecto y energéticamente problemático no me deja de aguijonear. Tengo el alma agotada y marchita debido a desdichados, malhadados hábitos que tomé. Perdóname, inmortal corazón puro, joven maniquí rubio en un país de nieve, golondrina y sabio navío en la mar.
El lenguaje del amor articulado, vivo y veraz, es inevitablemente cursi, cursimente «moelleux». El Bien huele a rama de pino recién cortada. La ternura es un finísimo brillo que solo acaricia recintos claros. Escribo en público (y sé que te disgusta la pública intimidad) lo que nunca me cansaré de decirte en privado: «Je t’aimerai toujours, et aussi plus tard
(C) Solo tú me has amado en esta vida.
Solo pido excusas ante tu amor sin medida.