Oh de la madre tierra
hija mimada, fruto delicioso,
que en su espíritu encierra
hechizo venturoso,
divino ardor, perfume glorioso!
Flor a mí consagrada,
corona de mis sienes, perla mía,
la sola gloria amada
que mi ambición ansía,
luna en mi noche, sol claro en mi día
¿Dónde estás ¡ay!, adónde
la cabeza gentil triste reclinas?
¿Qué huerto, di, me esconde
las luces argentinas
con que mis ciegos ojos iluminas?
Yo fiel a la ternura
que el Señor hacia ti me inspiraría
guardé, en el alma pura
los halagos que un día
sólo a tu frente amada rendiría...
¿Por qué vio la mañana
antes que yo tu dulce risa amante?
Oruguilla liviana;
¿por qué aspiro un instante
tu pura esencia ni tu luz brillante?
¿Por qué ora el sol te abrasa?
¿Por qué a tu cabellera el aire toca?
¿Por qué el insecto pasa
y atrevido coloca
sus alas donde yo puse mi boca...?
Badajoz, 1845