Carolina Coronado

Celos a la princesa de s..

Dejad que despacio os vea
esa belleza tan rara,
pesadilla de mis sueños,
enemiga de mi alma.
¡Por Jesús, que ansiosa vengo
de miraros esa cara
blanca aurora para alguno,
para mí, noche nublada!
¿Cómo tenéis la melena,
muy oscura, muy dorada?
De vuestra faz las colores
¿son morenas o son albas?
¿Tanto valen vuestros ojos?
¿Sois de cuerpo tan gallardo?
¿Cuáles son, decid, en suma
vuestros dones, vuestras gracias,
para que pueda, señora,
admirarlos y envidiarlas?...
Yo no fío en sortilegios,
burléme siempre de magias,
pero al hallar vuestra imagen
con la luz de la mañana,
con las sombras de la noche,
sobre mis libros clavada,
junto a mi lecho perenne
y en todas partes, mi alma,
por espíritu os conjura
y por visión os rechaza.
Señora, ¿pensáis que pueda
un corazón de cristiana
sin ofender a los cielos
hacerme tan desdichada?
Señora, ¿pensáis que somos
vos la reina, yo la esclava,
para que a vos así tenga
mi libertad subyugada
que a donde está vuestra imagen
allí mis ojos se paran
y allí escuchan mis oídos
do suenan vuestras palabras?
¡Si supierais cuando os oigo
cuál las sienes se me inflaman
y cuánto mis venas hierven
que parece que se saltan!
¡Si supierais cuáles sombras
ven mis ojos, qué fantasmas,
tal vez las brillantes flores
que os embellecen la cara,
por no parecer tan bella,
os arrancaréis de lástima!
Mas ¿para qué? no señora,
ceñid la frente lozana
de riquísimos encajes
y primorosas guirnaldas
para dar mayor contento
a los ojos del que os ama;
que para llorar las penas
que vuestras glorias me causan
tengo noches que me sobran
y lágrimas que me bastan.
Ved si al hermoso conjunto
de vuestras divinas gracias,
señora, algún atributo,
que daros pudiera, os falta;
pues queréis todas las dichas
con mi desdicha lograrlas,
venid, si os faltara el genio,
¡venid... y os daré mi arpa!
 
Cádiz, 1847

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