Carolina Coronado

En el castillo de Salvatierra

¿Por qué vengo a estas torres olvidadas
a hollar de veinte siglos las ruinas
espantando al subir con mis pisadas
las felices palomas campesinas?
 
¡Oh Walia! ¿no es verdad que prisioneras
la esclava del feudal y la del moro,
pobres mujeres de remotas eras,
regaron estas torres con su lloro?
 
¿Que perdido tu trono por Rodrigo
y derrotado el moro por Fernando
de tan largas batallas fue testigo
la misma torre donde estoy cantando?
 
¿Que inmóviles aquí tantas mujeres
tanto llanto vertieron de sus ojos
como sangre vertieron esos seres
que arrastraron de Roma los despojos?
 
¿Y que tendiendo sus amantes brazos
al árabe y al godo que morían
y arrancando sus tocas a pedazos
en inútil dolor se consumían?
 
¿Y que tras tantos siglos de combate
que empedraron de fósiles la tierra
subo a la misma torre de la Sierra
aún a pedir también nuestro rescate?
 
¡Ay! Que desde aquellas hembras que cantaron
gimiendo, como yo, sobre esta almena,
ni un eslabón los siglos quebrantaron
a nuestra anciana y bárbara cadena.
 
Y ya es preciso para hacer patente
la eterna condición de nuestras vidas,
unir las quejas de la edad presente
a las de aquellas razas extinguidas.
 
¿Quién sabe si en la choza y el castillo,
contemplando estos bellos horizontes,
fuimos por estas sierras y estos montes,
más dichosas, en tiempo más sencillo?
 
¿Quién sabe si el fundar el ancho muro,
que libertad al pueblo le asegura,
no nos trajo a nosotros más clausura
quitándonos el sol y el aire puro?
 
Palomas que habitáis la negra torre,
yo sé que es más risueña esta morada,
y ya podéis, bajando a la esplanada,
decir al mundo que mi nombre borre.
 
Yo soy ave del tronco primitiva
que al pueblo se llevaron prisionera,
y que vuelvo a esconderme fugitiva
al mismo tronco de la edad primera.
 
No pudo el mundo sujetar mis alas,
he roto con mi pico mis prisiones
y para siempre abandoné sus salas
por vivir de la sierra en los peñones.
 
Yo libre y sola, cuando nadie intenta
salir de las moradas de la villa,
he subido al través de la tormenta
a este olvidado tronco de Castilla.
 
Yo, la gigante sierra traspasando,
lastimados mis pies de peña en peña,
vengo a juntarme al campesino bando
para vivir con vuestra libre enseña.
 
Comeré con vosotras las semillas,
beberé con vosotras en las fuentes,
mejor que entre las rejas amarillas
en las tablas y copas relucientes.
 
Iremos con el alba al alto cerro,
iremos con la siesta al hondo valle,
para que el sol al descender nos halle
cansadas de volar en nuestro encierro.
 
Nadie vendrá a decir qué fue de Roma,
ni llegará el guerreroa la montaña,
y las nubes que bajan a esta loma
me ocultarán también la faz de España.
 
Aquí no han de encontrarme los amores,
aquí no han de afligirme las mujeres,
aquí no pueden los humanos seres
deshacer de estas nubes los vapores.
 
Es un nido que hallé dentro una nube,
mis enemigos quedan en el llano
y miran hacia aquí... ¡miran en vano,
porque ninguno entre la niebla sube!
 
Yo he triunfado del mundo en que gemía,
yo he venido a la altura a vivir sola,
yo he querido ceñir digna aureola
por cima de la atmósfera sombría.
 
Por cima de las nubes nos hallamos,
¡libertad en el cielo proclamemos!
Las mismas nubes con los pies hollamos,
las alas en los cielos extendemos.
 
¡Bajen hasta el profundo mis cadenas,
circule en el espacio el genio mío,
y haga sonar mi voz con alto brío,
la libertad triunfante en mis almenas!
 
Mas... ¿por qué me dejáis sola en el ciclo
huyendo del castillo a la techumbre?
¿por qué se agolpa aquí la muchedumbre
de pájaros errantes en el suelo?
 
¡Oh! ¿Qué estrépito es ése que amedrenta?...
La torre se estremece en el cimiento...
he perdido de vista el firmamento...
me envuelve en sus entrañas la tormenta.
 
La torre estalla desprendida al trueno...
la sierra desparece de su planta...
la torre entre las nubes se levanta
llevando el rayo en su tonante seno.
 
El terrible fantasma hacia mí gira...
tronando me amenaza con su boca...
con ojos de relámpago me mira...
y su luz me deslumbra y me sofoca.
 
El rayo está a mis pies y en mi cabeza;
ya me ciega su lumbre, ya no veo.
¡Ay! ¡sálvame, señor, porque ya creo
que le falta a mi orgullo fortaleza!
 
¡Bájame con tus brazos de la altura
que yo las nubes resistir no puedo!
¡Sácame de esta torre tan oscura
porque estoy aquí sola y... tengo miedo!
 
Castillo de Salvatierra, 1849

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