Yo miraba tus manos e inventaba historias de aleteos sobre mis pechos, de roces suavísimos
Me disuelvo en la magia giro en medio del fruto pulposo
Nada he sido nada soy sino escondida isla sin pájaros ni habitantes
El invierno comenzaba, apenas, a mostrar su cuerno —largo y temible— de unicornio ciego. Inquietante,
Con ecos de casa vacía resuena tu nombre y se pierde en el laberinto de mi lengua. Desde este túnel
En medio del invierno pensativo Manhattan seguía siendo en mi cabeza sólo una canción, para recordar a un hombre.
Tengo miedo. Qué difícil contarte esta verdad, porque tú no sabes nada sobre su vestimenta leve, que se va deslizando
Casi podría decirte devorada por la angustia me asomo a la vieja cueva prohibida donde habitan
Por recorrer tu piel a pedacitos olvidé la piel agrietada de la patria, dejé de andar por sus caminos, no llegué hasta sus aldeas,
Fui agarrándome de ti, de tus ojos, campanarios llenos de palomas, y tu pecho encendido como un lucero sólo.
Tras las ventanas que tamizan la luz del sol que muere aguardaba el amor de un joven fauno, su ternura despiadada,
A tu ancho cuerpo de jade y plata vuelvo, jinete de manos verdes y pleno cuerpo verde de fosforescencias nocturnas.
La memoria es una tumba abierta donde puedo enterrar la piedad por mí misma, mientras un felino se desliza muy suave
Te propongo la dulzura del higo, su carne sonrosada, replegada y húmeda como un animal marino.
Aún deseo mis antiguos tiempos fetales, en que fui pez opalescente y ciego.