El paisaje decía:
«¿Quién iba a sospechar, después de tanto
ir y venir por cuatro mares —sueños—...
que en un valle pintado
por el niño sin nombre, yo sirviera
para el de ojos errantes, teatro amor?
Toda su geografía del paisaje
vino a quedar en un rincón inédito,
en un lugar cualquiera de la Mancha
de cuyo nombre...»
Y el paisaje
cintilaba los Bósforos, las tardes
florentinas, la palma Río Janeiro,
la grande hora de Delfos y el bazar
de las tierras de España y las etcéteras,
y enrollaba los mapas...
Porque sólo
tengo los ojos dioses del paisaje
echados a los pies del valle poco,
inédito tal vez... Y ágil escondo
el lugarcillo esbelto cuya diáfana
desnudez aligera sus contornos,
sus posturas aéreas, sus pueblos de bolsillo,
y sus luces audaces.
Y el paisaje
con su risa de siglos, mi memoria
invadía. Las puertas de las horas
cerráronse y quedó ya solo, dentro
de la errante mirada,
el valle poco —grande con su dueño—
seguro al corazón como una espada.