He contemplado una efigie erigida
con los despojos de mi osadía
y también, a la épica mansedumbre,
zarandearla hasta derribarla.
He percibido el último hálito
de la nueva pieza cobrada
por la necrópolis del halago.
He seguido con fervor desaforado
la estela del cometa que arrasó el cielo.
He memorizado la semblanza de toda duda
y compuesto el himno al sudario rasgado.
Y ahora que el mañana acude a mi encuentro
le formulo ansioso las preguntas correctas
y me transmite, como respuesta y legado,
el triste y sempiterno abrazo de la grieta.
Infame y cruel azogue,
ramillete de signos y lamias:
entre los tibios perfiles de un murmullo
vuelve a sangrar el aura.