Cada que partías, el corazón
se iba acostumbrado a tu ausencia.
Tu inevitable caída entre diferentes cuerpos,
el olor a otra piel por las mañanas,
me asfixiaba.
La rutina de despertar en la misma cama, a ti
ya te desesperaba, de pronto llegó el día
donde ya no tuve
la necesidad de retenerte.
Dicen que en el juego del amor, hay uno
que siempre pierde, y honestamente,
nos hemos ganado
la libertad que
ya estábamos perdiendo.