Jorge Luis Borges

Presencia De Miguel De Unamuno

Sospecho que la obra capital de cuantas escribió Unamuno es El sentimiento trágico de la vida. Su tema es la inmortalidad personal: mejor dicho, las vanas inmortalidades que ha imaginado el  hombre, y los horrores y esperanzas que nos impone esa especulación. A muy pocos elude ese  tema; los españoles y los sudamericanos afirman, o brevemente niegan, la inmortalidad, pero no  tratan  de  discutirla  o  de  figurársela.  (De  lo  mismo  cabe  derivar  que  no  creen  en  ella.)  Otros  consideran que la obra máxima es su Vida de Don Quijote y Sancho. Decididamente no puedo  compartir  ese  parecido.  Prefiero  la  ironía,  las  reservas  y  la  uniformidad  de  Cervantes  a  las  incontinencias  patéticas  de  Unamuno.  Nada  gana  el  Quijote  con  que  lo  refieran  de  nuevo,  en  estilo  efusivo;  nada  gana  el  Quijote,  y  algo  pierde,  con  esas  azarosas  exornaciones  tan  comparables, en su tipo sentimental, a las que suministra Gustavo Doré. Las obras y la pasión  de  Unamuno  no  pueden  no  atraerme,  pero  su  intromisión  en  el  Quijote  me  parece  un  error,  un  anacronismo.

Quedan  los  discutidores  Ensayos —quizá  la  obra  más  viva  y  duradera  de  cuanto  escribió—,  quedan su novela y su teatro. Quedan los tomos de poesías, también. Uno de ellos —el Rosario  de sonetos líricos, publicado el año 1911 en Madrid—, lo muestra, en mi opinión, totalmente. Se  dice que a un autor debemos buscarlo en sus obras mejores; podría replicarse (paradoja que no  hubiera  desaprobado  Unamuno)  que  si  queremos  conocerlo  de  veras,  conviene  interrogar  las  menos felices, pues en ellas—en lo injustificable, en lo imperdonable—está más el autor que en  aquellas  otras  que  nadie  vacilaría  en  firmar.  En  el  Rosario  de  sonetos  líricos  no  faltan  las  virtudes, pero lo cierto es que las «lacras» son más notorias—y son características de Unamuno.

La impresión inicial es del todo ingrata. Verificamos con horror que un soneto se llama «Salud  no,  ignorancia»,  otro  «La  manifestación  antiliberal»,  otro  «A  Mercurio  cristiano»,  otro  «Hipocresía de la hormiga», otro «A mi buitre». Damos quizá con este verso:

 los en brote y los secos son los mismos ramos,

o con esta cuarteta:

No de Apenino en la riente falda,
de Archanda nuestra la que alegra el boche,
recogí este verano a troche y moche
frescas rosas en campo de esmeralda,

y sentimos la vasta incomodidad del hombre que sorprende, sin querer, un secreto ridículo en una  persona que aprecia.  Sin  mayor  esperanza, iniciamos  una  lectura  metódica.  Gradualmente,  los rasgos sueltos se organizan, se atenúan y se confirman, «para dar al mundo (lo estoy diciendo con palabras de Shakespeare) la certidumbre de un hombre». La certidumbre, casi la presencia carnal,  del hombre Miguel de Unamuno.

Todos los temas de Unamuno están en este breve libro. El tiempo:

Nocturno el río de las horas fluye
desde su manantial que es el mañana eterno...

La creencia general ha determinado que el río de las horas—el tiempo—fluye hacia el porvenir. Imaginar el rumbo contrario no es menos razonable, y es más poético.

Unamuno propone esa inversión en los dos versos anteriores; ignoro si llegó alguna vez, en el curso de su numerosa producción, a defender su tesis...

La  fe  como  sustancia  del  porvenir,  según  la  definición  de  San  Pablo.  El  deber  moral  de conquistar la fama y la inmortalidad aparecen reflejados en los siguientes endecasílabos:

Yo te espero, sustancia de la vida:
no he de pasar cual sombra desvaída
en el rondón de la macabra danza,
pues para algo nací; con mi flaqueza
cimientos echaré a tu fortaleza
y viviré esperándote, ¡Esperanza!

El apetito generoso de eternidad, el temor de que se pierda el pasado:

Es revivir lo que viví mi anhelo
y no vivir de nuevo nueva vida,
hacia un eterno ayer haz que mi vuelo
emprenda sin llegar a la partida,
porque, Señor, no tienes otro cielo
que de mi dicha llene la medida.

La valerosa fe del incrédulo:

... Sufro yo a tu costa
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.

El parejo amor de sus dos regiones de España:

Es Vizcaya en Castilla mi consuelo,
y añoro en mi Vizcaya mi Castilla.

No es imposible (y sin duda es inofensivo) asimilar todos los géneros literarios a la novela. El cuento es un capítulo virtual, cuando no es un resumen, la historia es una antigua variedad  de la novela histórica, la fábula, una forma rudimental de la novela de tesis; el poema lírico, la novela de un solo personaje, que es el poeta. El centenar de piezas que componen el Rosario de sonetos líricos  nos  da  la  plenitud  de  su  personaje:  Miguel  de  Unamuno.  Macaulay,  en  alguno  de  sus estudios, se maravilla de que las imaginaciones de un hombre lleguen a ser los íntimos recuerdos de miles de otros. Esa omnipresencia de un yo, esa continua difusión de un alma en las almas, es una de las operaciones del arte, acaso la esencial y la más difícil.

Yo entiendo que Unamuno es el primer escritor de nuestro idioma. Su muerte corporal no es su muerte;  su  presencia —discutidora,  gárrula,  atormentada,  a  veces  intolerable—,  está  con nosotros.

29 De Enero De 1937.

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