Probar este veneno nocturnal
ya se ha hecho una monotonía
pero qué más pudo pedir esta ánima necia y adolorida.
Un acido fantasmagórico recorre por mis arterias
y con su daga negra, corta mi yugular;
descompone la alboroza tranquilidad
de la marea roja
y la convierte en penumbra de mar.
La diurna, donde saluda ese grande
en las nubes ¡ese embustero, ese arrogante!
Su luz es un dibujo,
un dibujo que deja pesar.
El tósigo es un ardid como el grande,
su color liquido es afable
y su sabor es endulzante,
pero aquello es un efímera camama.
Después me dicta mi sentencia de muerte,
prolongada, desgarrante
con la tormentosa tortura
de dirigir mi mirar hacia atrás.
El infierno me espera atrás,
los demonios me jalan a la saturnina nostalgia
y con esa rosa malva,
me arrancan este desgraciado,
este desgraciado que aún palpita,
y lo demás miente demostrando presunta vivacidad.
Ellos son noctívagos;
acechan cuando el viento es taciturno
y cuando el lucero lunar
ilumina mis líquidos cristalizados en mis mejillas,
los fundo en soledad.
Te extraño tanto
¡Tanto tanto!
tanto que me hundo en tu
violento abismo de mal,
pero también deseo ¡Tanto tanto!
tanto poderte abandonar.