Valiente para empezar, cobarde para dejar.
Empezar, tan tentador, tan difícil, cosa de valientes. La excitación de lo desconocido es inmenso, el proceso es un sabotaje.
Una vida sucede tan rápido, de pronto crees que estás en el lugar correcto, el corazón rebozado de felicidad por el hallazgo, pero luego se encuentra con aguas quietas, y solo puede flotar en ellas.
Esto dejó de parecerle divertido a alguien, ahora levanta la vista y se encuentra contigo, nuevo, joven y turbulento, quiero poseerlo.
Hay una batalla interna entre lo que está bien o está mal, una guerra entre el corazón y la mente.
Aunque al final fue una traición, no duda de su decisión, pues mencionó “es algo que no me arrepiento de hacer”.
Pero así mismo fue cobarde, porque no aterrizó en aquellas aguas, tan movidas, tal cristalinas. Un cobarde te llaman, por ser honesto, ahora vives con un odio, con las miradas a tu al rededor. Sí, saben lo que hiciste.
Eso fue lo de menos, pero no pensaste primero, y ahora ambos lugares se ven llenos de paz desde tu posición, ¿qué harás?.
Ese pavor de saber lo que haces, de saber lo que sigue, te tiene en ese vaivén. COBARDE, en eso te conviertes por ti y tu sociedad. COBARDE, por dudar, por no saber elegir. COBARDE, por no poder seguir.
Es tan difícil salir de un lugar que fue tan acogedor y aún luce igual, a pesar de que te llaman los cristales de ese lugar, y tu corazón entienda lo que significa, sigues ahí, lastimando a ambos páramos, pisando el bello pastizal.
