Gertrudis Gómez de Avellaneda

A la ilusión

¡Ilusión dulce! ¡seducción dichosa!
¡Dorado sueño de la edad florida,
Que con perfumes de jazmín y rosa
Regando vas la senda de la vida!
 
¿Por qué veloz abandonar quisiste
El alma pura que te amó algún dia?
¿Por qué tan presto mi existencia triste
En su aurora quedó mustia y sombría?
 
¡Ilusión celestial! ante mis ojos
Cayó rasgado tu fulgente velo,
Y una tierra pisé llena de abrojos
En vez de blando y matizado suelo.
 
¿Y qué es la vida, ¡oh Dios! cuando desnuda
De la ilusión divina se presenta?
Naturaleza sin su auxilio es muda,
Y no ya al hombre tus prodigios cuenta.
 
No hay en la luz de la naciente aurora,
Cuando en las aguas su fulgor derrama,
La mágica influencia inspiradora
Con que al sensible trovador inflama.
 
Ni hay en la noche y su silencio grave
Un misterioso indefinible encanto,
Ni el ruiseñor con su trinar suave
Arranca al pecho delicioso llanto.
 
Ni cuando brama el huracán distante
El corazón se goza estremecido,
Sintiendo arder el pecho palpitante
Con la sublime inspiración henchido.
 
Su noble vuelo el pensamiento humilla,
Al genio apaga atroz desconfianza,
No hay entusiasmo en el amor, ni brilla
Con celeste aureola la esperanza.
 
La sien rugada en juventud florida,
Árida el alma, cual estéril roca,
Pálida sombra por la yerma vida
Avanza el hombre y su sepulcro toca.
 
¡Ilusión! ¡Ilusión! Así al perderte
Perdí mi genio y mi placer contigo,
Y al penetrar en mi futura suerte
No ya tu rastro refulgente sigo.
 
¿Por qué delito de mis verdes años
Segadas fueron sin piedad las flores,
Y tedio solo y tristes desengaños
Abriga el pecho en la estación de amores?...
 
¡Ay! que mi mente avara y encendida
Sondeó del alma el misterioso arcano...
¡Ay, que insensata el libro de la vida
Abrir osó mi delincuente mano!
 
Rompí, mentira, tu cristal divino,
Rasgué, ignorancia, tu dichoso velo,
Y al recorrer, ¡oh vida! tu camino,
Pisé las flores recogiendo el hielo.
 
Así cual tumba cuya triste losa
Es por las ramas de un rosal cubierta,
Disfraza en mi juventud preciosa
Un alma ¡ay Dios! desencantada y yerta.
 
¿Y nunca tornarás, ilusión bella,
Con tu aparato de delicias puras?
¿No lucirás cual apacible estrella
Entre estas nubes pálidas y oscuras?
 
¡Oh! yo te imploro con ardiente ruego,
Vuelve a animar mi juventud helada,
Y si no logras avivar su fuego
Dime ¡ay! al menos que seré llorada.

1840

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