Augusto E.

Año sabático

Estaban todos reunidos con las batas en el salón, otros con las camisas desacomodadas, la corbata puesta en sus cabezas y despavoridos de tanta alegría no paraban de felicitarse y abrazarse, yo estaba delante de todos observando con estupefacción a aquellas personas con quienes compartí siete años de mi vida, con quienes discutí, me reí, lloré, a algunos les confesé mis mayores secretos y a otros les dirigí un odio rotundo. Los profesores nos observaban desde su plateau, sentados y aplaudiendo, nosotros en un aquelarre donde las brujas encantaron a muchos para que bailásemos hasta sucumbir de tanta felicidad.
Cuando la directora pronunció nuestra promoción, "los alumnos de la promoción 2018", las maquinas de confeti saltaron y de las ventanas en los pisos altos del claustro cayeron globos rojos y blancos, observaba incrédulo el cielo en su mezcla de colores y texturas. Estaba tan maravillado que me podría haber desvanecido de la exaltación.
Pero la fiesta continuaba, los profesores dijeron unas palabras; los alumnos destacados también y recibieron las congratulaciones de los altos directivos. Aquellos alumnos que pactaron para becas en el extranjero o en el país fueron mencionados con honores y hubieron momentos donde cantamos los himnos del colegio abrazados, unidos de hombros y yendo de izquierda a derecha al unisono. En el jolgorio, ya al recibir nuestros diplomas, empecé a notar que se acababa... Qué esperaba? No sería eterno pero cómo disfrutamos cuando nuestras familias se acercaron para darnos la mano y sacar fotos.
Al finalizar, salí por la puerta y me despedí del seguridad, mucha gente todavía festejaba dentro pero un nudo en mi garganta me hizo buscar aire fresco, en mis oidos podía escuchar la música y los gritos a lo lejos, cada vez más lejos, ya afuera con la bata en mano y la camisa hecha añicos, sucia de confeti y pintura de colores, decidí retirarme. Caminé hasta la parada de colectivos mientras me observaba como un alienado, la gente vestía formal, casual y despreocupada de mí con la corbata en la frente, la camisa rota y manchada y el pantalón largo subido hasta las rodillas.
En el momento de subir al colectivo me senté en la última butaca en dirección a casa y me hice la pregunta que repetiría durante varios meses...
Y ahora qué hago?

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