Tengo la boca amarga y no he mordido;
El alma, atroz, y la canción, tronchada.
No sé qué fuerza traigo en la mirada,
Ni qué traigo en mi cuello, de vencido.
No sé ni cómo ni por qué he venido.
Esto es todo: llegué; no sé más nada.
No me importa el quehacer ni la jornada,
Y me da igual herir que ser herido.
La sangre, a punto, se impacienta y arde
Por inundar la alcoba a la que vine,
Donde fui tan feliz que fui cobarde.
Sólo pido al amor que no se obstine.
Me sentiré a su orilla cualquier tarde
Para que alguien, de paso, me termine.