Cantar segundo—El cantar de las bodas
Tirada 64
El Cid se dirige contra tierras de Valencia
Aquí se empieza el poema de Mío Cid el de Vivar.
Ya ha poblado Mío Cid aquel puerto de Alucat,
se aleja de Zaragoza y de las tierras de allá,
atrás se ha dejado Huesca y el campo de Montalbán
de cara a la mar salada ahora quiere guerrear:
por Oriente sale el sol y él hacia esa parte irá.
A Jérica gana el Cid, después Onda y Almenar,
y las tierras de Burriana conquistadas quedan ya.
65
Toma de Murviedro
Ayudóle el Creador, el Señor que está en el cielo,
y con su favor el Cid pudo tomar a Murviedro.
Bien claro ha visto que Dios siempre le va socorriendo.
En la ciudad de Valencia ha cundido mucho miedo.
66
Los moros valencianos cercan al Cid.
Éste reúne sus gentes
Arenga
Aquello a los de Valencia muy poco gusto les da.
En consejo se reúnen y al Cid fueron a cercar.
Marcharon toda la noche; cuando el alba fue a rayar,
allí cerca de Murviedro sus tiendas van a plantar.
El Campeador al verlos se empieza a maravillar:
“¡Alabado sea Dios, Señor espiritual!
Nos metimos en sus tierras, les hacemos mucho mal,
el vino suyo bebemos y nos comemos su pan.
Con buen derecho lo hacen si nos vienen a cercar,
como no sea con lucha esto no se arreglará.
Salgan mensajes a aquéllos que nos deben ayudar,
los unos vayan a Jérica y los otros a Alucat,
desde allí pasen a Onda y después hasta Almenar,
que las gentes de Burriana se vengan ya para acá.
Pronto tiene que empezarse esta batalla campal.
Nuestro provecho en Dios fío que con ella crecerá”.
Al pasar el tercer día todos juntados están.
Mío Cid el bienhadado entonces empieza a hablar:
“Sálveos el Creador, mesnadas, y ahora escuchad:
después de que nos salimos de la limpia cristiandad
—y no fue por nuestro gusto, no se pudo remediar—,
gracias a Dios nuestras cosas siempre hacia adelante van.
Hoy las gentes de Valencia nos han venido a cercar;
si en estas tierras nosotros nos quisiéramos quedar,
muy firmemente a estos moros tenemos que escarmentar”.
67
Fin de la arenga del Cid
“Cuando se pase la noche y ya venga la mañana,
tenedme bien preparados los caballos y las armas;
entonces iremos todos a atacar a su mesnada.
Hombres desterrados somos, estamos en tierra extraña,
en la lucha se ha de ver quién merece la soldada”.
68
Minaya da el plan de batalla
El Cid vence otra lid campal
Toma de Cebolla
Oíd ahora lo que el bueno de Álvar Fáñez quiso hablar:
“Mío Cid, lo que habéis dicho como os place se hará,
dadme a mí cien caballeros, no os quiero pedir más,
vos con los otros que quedan de frente iréis a atacar.
Heridlos sin compasión, atacad sin vacilar,
que yo con los otros ciento por otro lado iré a entrar
y fío en el Dios del cielo que el triunfo nuestro será”.
Muy bien le parece al Cid lo que Minaya fue a hablar.
La mañana ya llegó y se empezaron a armar,
sabe cada cual el puesto que en la batalla tendrá.
Con el alba Mío Cid contra los moros se va:
“Por Jesucristo y Santiago que allá en los cielos están,
atacad, mis caballeros, a esos moros de verdad.
Aquí está Rodrigo Díaz, aquí está el Cid de Vivar”.
Viérais allí tanta tienda romper y desbaratar ;
los postes los arrancaban, se empiezan a derrumbar.
Pero los moros son muchos y se quieren recobrar.
Minaya por otro lado ya los venía a atacar;
los moros, mal que les pese, por derrotados se dan,
a uña de caballo escapan los que pueden escapar.
A dos emires mataron en la caza que les dan
y hasta la misma Valencia van los cristianos detrás.
Grandes ganancias ha hecho Mío Cid el de Vivar,
todo aquel campo saquean, luego se vuelven atrás.
Con las ganancias que llevan en Murviedro entraban ya,
una alegría muy grande se corre por el lugar.
A Cebolla toman luego y tierras de más acá.
Miedo tienen en Valencia, no saben lo que se harán;
ya va haciendo mucho ruido la fama del de Vivar.
69
Correrías del Cid al sur de Valencia
A la otra parte del mar también se corre su fama.
Muy alegre estaba el Cid, muy alegres sus compañas,
porque Dios les ayudó y ganaron la batalla.
Sus batidores envía, por la noche iban de marcha,
hasta Cullera se acercan, después suben hasta Játiva,
y luego camino abajo hasta Denia se acercaban.
Por todas aquellas costas mucho a los moros quebrantan.
Conquistan Peña Cadiella con sus salidas y entradas.
70
El Cid en Peña Cadiella
Cuando el Cid Campeador conquistó Peña Cadiella,
gran disgusto fue cundiendo por Játiva y por Cullera
ya no pueden recatar su dolor los de Valencia.
71
Conquista de toda la región de Valencia
Por esas tierras de moros, apresando y conquistando,
durante el día durmiendo, por las noches a caballo,
en ganar aquellas villas pasa Mío Cid tres años.
72
El Cid asedia a Valencia
Pregona a los cristianos la guerra
Esos moros de Valencia escarmentados están,
no se atreven a salir ni quieren irle a buscar,
todas sus huertas las tala, hacíales mucho mal,
y esos tres años seguidos el Cid los deja sin pan.
Quéjanse los de Valencia, no saben lo que se harán,
porque de ninguna parte su pan podían sacar.
Padre a hijo, hijo a padre, ningún amparo se dan,
ni de amigo para amigo se podían consolar.
Muy mala cuita es, señores, el tener mengua de pan.
A las mujeres y niños de hambre se les ve finar,
el dolor tienen delante, no se pueden remediar.
Por el gran rey de Marruecos entonces quieren mandar,
pero con los almohades empeñado en guerra está,
ningún amparo les dio y no los quiso ayudar.
Al Cid, cuando se enteró, mucha alegría le da;
de noche deja Murviedro y se pone a cabalgar,
a Mío Cid le amanece en tierras de Monreal.
Por Aragón y Navarra pregones mandaba echar
y hasta tierras de Castilla mensajeros suyos van.
Quien quiera dejar trabajos y ganarse buen caudal,
con el Cid vaya, que tiene deseos de guerrear,
y cercar quiere a Valencia por darla a la Cristiandad.
73
Repítese el pregón
(Serie gemela)
“Quien quiera venir conmigo para cercar a Valencia
—de voluntad ha de ser, pero ninguno por fuerza—
les esperaré tres días allá en Canal de la Celfa”.
74
Gentes que acuden al pregón
Cerco y entrega de Valencia
Esto dijo Mío Cid, el Campeador leal,
tórnase para Murviedro que ganada tiene ya.
Mucho corren los pregones y por todas partes van;
al sabor de la ganancia no quieren quedarse atrás;
mucha gente se le acoge de la buena cristiandad.
Por todas partes noticias del Cid fueron a sonar,
muchos se juntan al Cid y muy pocos se le van.
Creciendo va la grandeza de Mío Cid de Vivar.
Al ver junta tanta gente ya se empezaba a alegrar.
El Campeador entonces ya no quiso esperar más,
a Valencia se encamina y sobre Valencia da.
Bien la cercó Mío Cid, ni un resquicio fue a dejar:
viérais allí a Mío Cid arriba y abajo andar.
Un plazo dio por si alguien venirles quiere a ayudar.
Aquel cerco de Valencia nueve mese puesto está;
cuando el décimo llegó la tuvieron que entregar.
Por toda aquella comarca grandes alegrías van
cuando el Cid ganó a Valencia y cuando entró en la ciudad.
Los que luchaban a pie hoy son caballeros ya,
y el oro y plata ganados ¿quién los podría contar?
Ricos son todos los hombres que con Mío Cid están.
El quinto de la ganancia el Cid lo manda tomar
en dineros acuñados treinta mil marcos le dan
y además le tocan bienes que no se pueden contar.
¡Qué alegres se ponen todos, qué alegre el Cid de Vivar,
cuando en alto del alcázar su enseña vieron plantar!
75
El rey de Sevilla quiere recobrar Valencia
En reposo estaba el Cid ya con todas sus compañas,
cuando a aquel rey de Sevilla la noticia le llegaba
de que tomaron Valencia y que ninguno la ampara;
a atacarlos vino entonces con treinta mil hombres de armas.
Allí cerca de la huerta libraron los dos batalla,
derrótalos Mío Cid el de la crecida barba.
Ha legado la pelea hasta muy cerca de Játiva,
al ir a pasar el Júcar ya van en derrota franca,
cuando cruzaron el río sin querer bebían agua.
Aquel gran rey de Sevilla con tres heridas escapa.
A Valencia torna el Cid con toda aquella ganancia.
Buen botín fue el de Valencia al ser la ciudad tomada,
pero de esta gran victoria provecho más grande sacan.
Le tocaron, al que menos, unos cien marcos de plata.
Las cosas de Mío Cid ya véis lo bien que marchaban.
76
El Cid deja su barba intonsa
Riqueza de los del Cid
Mucha alegría cundió entre todos los cristianos
que en esa guerra acompaña a Mío Cid bienhadado.
Ya le crecía la barba, mucho se le va alargando,
que había dicho Rodrigo cuando salió desterrado:
“Por amor del rey Alfonso, que de su tierra me ha echado,
no entre en mi barba tijera, ni un pelo sea cortado
y que hablen de esta promesa todos, moros y cristianos”.
El Campeador está en Valencia descansando,
con él Minaya, que no se separa de su lado.
Sus vasallos más antiguos de riqueza están cargados.
A todos los que al salir del reino le acompañaron
el Cid casas y heredades en Valencia les ha dado.
La bondad de Mío Cid ya la van ellos probando.
Y los que después vinieron también reciben buen pago.
Comprende el Cid que ahora éstos, con lo que habían ganado,
si se pudiesen marchar lo harían de muy buen grado.
Y esto manda Mío Cid, de Minaya aconsejado:
que a cualquier hombre de aquéllos que con él ganaron algo,
que de él no se despidiese declarándose vasallo,
le prendan en donde puedan y donde sea alcanzado
y su riqueza le quiten y en horca sea colgado.
Ya se queda todo esto por el Cid bien arreglado,
y con Minaya Álvar Fáñez se seguía aconsejando:
“Si os parece, Minaya, querría hacer un estado
de los hombres que aquí están y algo conmigo ganaron:
los pondremos por escrito y todos serán contados,
si alguno quiere ocultarse o si de menos le echamos
tendrá que volver su parte a estos mis buenos vasallos
que me guardan a Valencia por sus murallas rondando”.
A lo cual dijo Minaya: “Es consejo muy sensato”.
77
Recuento de la gente del Cid
Éste dispone nuevo presente para el rey
Manda a todos que a la Corte se le vengan a juntar
y cuando están reunidos lista les hizo pasar:
tres mil seiscientos tenía Mío Cid el de Vivar.
Sonríe el Campeador, de tan alegre que está:
“A Dios y a Santa María gracias, Minaya, hay que dar.
Con mucho menos salimos de mis tierras de Vivar,
ahora tenemos riquezas y aún hemos de tener más.
Si así os place, Minaya, y no os parece mal,
mandaros quiero a Castilla donde está nuestra heredad.
A nuestro rey don Alfonso, que es mi señor natural,
de estas ganancias que hemos conquistado por acá
darle quiero cien caballos, ídselos vos a llevar,
por mí besadle la mano, y con empeño rogad
que a mi mujer y a mis hijas, que allí en Castilla están,
si a tanto alcanza su gracia, me las deje ya sacar.
Ya mandaré yo por ellas, sabed cómo eso se hará:
a la mujer y a las hijas de Rodrigo el de Vivar
se irá a buscar con tal pompa que a gran honra llegarán
hasta estas tierras extrañas que hemos podido ganar”.
Entonces dijo Minaya: “De muy buena voluntad”.
Por orden del Cid cien hombres con Álvar Fáñez irán
que en el viaje le sirvan conforme a su voluntad.
Cuando de hablar acabaron se empiezan a preparar.
A San Pedro de Cardeña mil marcos manda llevar
y de ellos que den quinientos a don Sancho, el buen abad.
78
Don Jerónimo llega a Valencia
Cuando con estas noticias todos se están alegrando
de tierras de por Oriente un gran clérigo ha llegado:
el obispo don Jerónimo era por nombre llamado.
Mucho entendía de letras, es en todo muy sensato,
lo mismo a pie que a caballo era guerrero esforzado.
Al Cid mayores provechos él quería irle buscando,
suspirando está por verle luchar con moros en campo:
y dice que si se hartan de lidiar y herir sus manos
nunca tendría ningún cristiano que lamentarlo.
Cuando lo oyó Mío Cid, muy satisfecho así ha hablado:
'Oídme, Minaya Álvar Fáñez, por Aquel que está en lo alto,
siempre que Dios nos ayude bien es que lo agradezcamos;
en la tierra de Valencia fundar quiero un obispado,
se lo daré a don Jerónimo, buen caballero cristiano.
En Castilla también esto, Minaya, podréis contarlo".
79
Don Jerónimo hecho obispo
Mucho le gustó a Álvar Fáñez lo que dice don Rodrigo.
A este bueno don Jerónimo ya le nombraron obispo.
Danle por sede Valencia, donde puede ser muy rico.
¡Dios entre aquellos cristianos había gran regocijo
de que en tierras de Valencia tuviesen señor obispo!
Ya la Minaya muy alegre despidióse y ha partido.
Tirada 80
Minaya se dirige a Carrión
Estas tierras de Valencia tranquilas están y en paz
cuando Minaya Álvar Fáñez para Castilla se va.
Los altos de su viaje no os los quiero contar.
Preguntó por don Alfonso, dónde le podría hallar;
dícenle que a Sahagún el rey marchó poco ha,
que fuese para Carrión donde le puede encontrar.
A Minaya estas noticias gran alegría le dan
y llevando sus presentes ya se dirige hacia allá.
81
Minaya saluda al rey
Don Alfonso el castellano de misa estaba saliendo.
He aquí a Minaya Álvar Fáñez cómo llega tan apuesto,
las dos rodillas ha hincado delante de todo el pueblo,
y a los pies del rey Alfonso púsose con mucho duelo,
las dos manos le besaba, y empezó a hablar, tan discreto:
82
Discurso de Minaya al rey
Envidia de Garci Ordóñez
El Rey perdona a la familia del Cid
Los infantes de Carrión codician las riquezas del Cid
“Merced, nuestro rey Alfonso, por amor del Creador.
Estas manos os las besa Mío Cid el luchador,
que le hagáis merced os pide, válgaos el Creador.
Los pies os besa y las manos cual cumple a tan gran señor.
Vos, rey, le habéis desterrado, le quitasteis vuestro amor,
pero aunque está en tierra extraña el Cid su deber cumplió,
a esos pueblos que se llaman Jérica y Onda ganó,
Almenar ha conquistado, Murviedro, que es aún mayor,
a Cebolla gana luego y el pueblo de Castejón,
Peña Cadiella, la villa que está en un fuerte peñón;
con todas estas ciudades ya de Valencia es señor.
Obispo hizo por su mano Mío Cid Campeador,
cinco batallas campales libra y todas las gano.
Grandes fueron las ganancias que le ha dado el Creador,
aquí tenéis las señales, la verdad os digo yo.
Estos cien gruesos caballos buenos corredores son,
de ricos frenos y sillas todos llevan guarnición,
Mío Cid, señor, os ruega que los toméis para vos,
que es siempre vuestro vasallo y os tiene por señor”.
Alzó la mano derecha el rey y se santiguó:
“De estas ganancias tan grandes que logró el Campeador,
por San Isidro bendito, me alegro de corazón,
me alegro de las hazañas que hace el Cid Campeador
y recibo estos caballos que me manda en donación”.
Se alegró el rey, pero al conde Garci Ordóñez le pesó:
“Parece que en tierra mora ya no hay hombres de valor
cuando tanto hace y deshace Mío Cid Campeador”.
Dijo el rey: “Conde García, no sigáis hablando, no;
de todos modos el Cid mejor me sirve que vos”.
Entonces habla Minaya, el esforzado varón:
“Merced os demanda el Cid, que si os place, señor,
a su esposa y a sus hijas deis vuestro permiso vos
para salir del convento en donde el Cid las dejó
e ir a Valencia a juntarse con el Cid Campeador”.
Entonces contesta el rey: “Pláceme de corazón.
Mientras vayan por mis reinos les daré manutención;
guárdenlas todos de mal, de ofrenta y de deshonor.
Cuando a la frontera lleguen esas damas cuidad vos
de servirlas cual se debe, e igual el Campeador.
Ahora, guardias y mesnadas, escuchad con atención:
No quiero que pierda nada Mío Cid Campeador,
a todos los caballeros que le tienen por señor
lo que yo les confisqué hoy se lo devuelvo yo,
aunque sigan con el Cid no pierdan su posesión,
seguros estén de daño o mal en toda ocasión;
esto lo hago por que siempre sirvan bien a su señor”.
Álvar Fáñez de Minaya al rey las manos besó.
Sonriese don Alfonso. ¡Dios, qué hermosamente habló!
“Aquellos que quieran irse con el Cid Campeador
venia les doy, váyanse en gracia del Creador.
Más ganaremos con esto que con otro desamor”.
Oíd lo que hablan aparte los infantes de Carrión:
“Mucho cunden las hazañas de este Cid Campeador,
en casarnos con sus hijas ganaríamos los dos,
pero vergüenza tenemos de decirlo, porque no
es el suyo buen linaje para condes de Carrión”.
A nadie se lo dijeron y así la cosa quedó.
Álvar Fáñez de Minaya del buen rey se despidió.
“¿Os vais ya, Minaya? Id en gracia del Creador.
Un oficial de palacio quiero que vaya con vos.
Si os lleváis a las damas, sírvanlas a su sabor,
hasta el confín de Medina las guarde mi protección,
desde allí en adelante la del Cid Campeador”.
Ya se despide Minaya, de la corte se marchó.
83
Minaya va a Cardeña por doña Jimena
Más castellanos se prestan a ir a Valencia
Minaya en Burgos
Promete a los judíos buen pago de la deuda del Cid
Minaya vuelve a Cardeña y parte con Jimena
Pedro Bermúdez parte de Valencia para recibir a Jimena
En Molina se le une Abengalbón
Encuentran a Minaya en Medinaceli
Los infantes de Carrión ya decididos están,
cuando se marcha Álvar Fáñez vanle un rato a acompañar:
“Vos que tan bueno sois siempre hacednos hoy la bondad
de llevar nuestros saludos a Mío Cid el de Vivar.
Con nosotros como amigos puede Mío Cid contar”.
Dijo Minaya. “Ese encargo nunca me puede pesar”.
Minaya su marcha sigue, los infantes vuelven ya.
Encamínase a San Pedro donde las damás están.
¡Qué gozo tan grande tienen cuando le ven asomar!
Ya se ha apeado Minaya, a San Pedro va a rezar,
cuando acabó la oración hacia las damas se va:
“Humíllome a vos, señora, que Dios os guarde de mal,
que también a vuestras hijas las quiera el Señor guardar.
Os saluda Mío Cid, desde allí donde él está,
riqueza y salud tenía cuando yo le fui a dejar.
Por gracia del rey Alfonso ya quedáis en libertad
de veniros a Valencia, que ahora es nuestra heredad.
Si os ve el Campeador las tres sanas y sin mal,
todo le será alegría, no le quedará un pesar”.
Contestó doña Jimena: “Si Dios quiere, así será.
Por mandato de Álvar Fáñez tres caballeros se van
con mensaje a Mío Cid, a Valencia, donde está.
”Decid al Campeador, a quien Dios guarde de mal,
que a su mujer y a sus hijas concede el rey libertad,
mientras vayan por sus reinos provisiones les dará.
Que dentro de quince días, si Dios nos guarda de mal,
su mujer con las dos niñas y yo estaremos allá,
y además estas señoras que compañía les dan".
Idos son los caballeros lo mandado cumplirán,
en San Pedro de Cardeña Minaya se quedará.
Vierais allí caballeros de todas partes llegar,
irse quieren a Valencia con Mío Cid de Vivar.
A Álvar Fáñez le pedían que los quisiera ayudar
y Minaya contestaba: “Yo lo haré de voluntad”.
Sesenta y cinco a caballo ya se fueron a juntar,
más cien que tiene Minaya, que se trajera de allá;
las damas en su viaje buena compaña tendrán.
Quinientos marcos le dio Álvar Fáñez al abad
y los otros ya veréis en qué los quiso emplear:
Minaya a doña Jimena, a sus hijas y además
a todas aquellas damas que acompañándolas van,
con esos quinientos marcos tiene pensado comprar
las mejores vestiduras que en Burgos pueda encontrar,
con palafrenes y mulas que sean buen de mirar.
Cuando en la ciudad de Burgos las compras hechas están
y aquel bueno de Minaya a San Pedro vuelve ya,
he aquí que Raquel y Vidas a sus pies vanse a arrojar:
“Merced, merced, Álvar Fáñez, caballero de fiar,
si Mío Cid no nos paga, nuestra ruina esto será,
al interés renunciamos si nos vuelve el capital”.
“Yo lo hablaré con el Cid si Dios me lleva hasta allá,
por lo que vos le ayudasteis buena merced os dará”.
Dijeron: “Quiéralo así la divina voluntad,
si no, de Burgos saldremos y le iremos a buscar”.
El buen Minaya Álvar Fáñez para San Pedro se va;
muchas gentes se le acogen, se preparan a marchar,
a la hora de despedirse gran duelo tuvo el abad:
“Adiós, Minaya Álvar Fáñez, el Creador os valdrá,
de parte mía las manos al Campeador besad,
que de este monasterio nunca se quiera olvidar,
con su amparo este convento medre por siempre jamás,
que si el Cid así lo hace en honra suya será”.
Dijo Minaya: “He de hacerlo con muy buena voluntad”.
Allí todos se despiden y empiezan a cabalgar,
con ellos va el palatino que los tiene que guardar.
Por todas las tierras reales mucha comida les dan.
De San Pedro hasta Medina cinco días tardarán.
A Álvar Fáñez y a las damas en Medina tenéis ya.
De los que el mensaje llevan ahora pasemos a hablar:
cuando de él se hubo enterado Mío Cid el de Vivar,
le plugo de corazón, gran alegría le da,
y así como oiréis ahora, así comenzaba a hablar:
“Quien buen mandadero envía tal razón debe esperar.
Tú, Muño Gustioz, y tú, Pedro Bermúdez, marchad,
con don Martín Antolínez, ese burgalés leal.
Vaya también don Jerónimo, sacerdote de fiar,
y cien hombres bien armados por si hubiera que luchar.
Por tierras de Albarracín primero debéis pasar,
después seguid a Molina que está puesta más allá.
Abengalbón que la tiene es moro amigo y de paz;
con otros cien caballeros él os acompañará,
y subiendo hacia Medina, lo mas que podáis andar,
a mi mujer y a mis hijas, que con Minaya vendrán
por lo que a mí me dijeron, allí podréis encontrar.
Entonces con grandes honras conducídmelas acá.
Yo me quedaré en Valencia, que mucho me fue a costar
y gran locura sería dejarla sin amparar.
Yo me quedaré en Valencia, que Valencia es mi heredad.”
Cuando el Cid esto hubo dicho empiezan a cabalgar
y todo el tiempo que pueden anduvieron sin parar.
Albarracín lo pasaron, en Fronchales están ya,
al día siguiente llegan a Molina a descansar.
Aquel moro Abengalbón, cuando supo a lo que van,
muy bien que los recibió y muy contento que está:
“¿Sois vosotros los vasallos de mi amigo natural?
Sabed que vuestra llegada gran alegría me da”.
Ese buen Muño Gustioz habló sin más esperar: .
“De parte de Mío Cid os queremos saludar,
cien caballeros de escolta os manda el Cid preparar,
que su mujer y sus hijas en Medinaceli están,
quiere que vayáis por ellas y se las traigáis acá,
y que hasta Valencia de ellas no os queráis separar”.
Dijo Abengalbón: “Lo haré de muy buena voluntad”.
Una gran comida a todos aquella noche les da
y a la mañana siguiente empiezan a cabalgar,
ciento sólo le pidieron pero él con doscientos va.
La sierra bravía y alta ya se la dejan atrás,
luego cruzan la llanura de la Mata de Taranz,
mucha confianza tienen, sin ningún recelo van,
por el valle de Arbujuelo ya se aprestan a bajar.
Allí en Medina Álvar Fáñez con gran precaución está,
al ver venir gente armada gran sospecha le fue a dar,
envía dos caballeros que averigüen la verdad;
sin perder tiempo partieron, de muy buena gana van,
uno se queda con ellos, otro se vuelve a avisar:
“Son fuerzas de Mío Cid que nos vienen a buscar.
Ved aquí a Pedro Bermúdez que se quiere adelantar,
Muño Gustioz, vuestro buen amigo, viene detrás,
luego Martín Antolínez, el de Burgos natural,
el obispo don Jerónimo, ese clérigo leal.
El alcaide Abengalbón con sus fuerzas también va,
por dar gusto a Mío Cid que mucho le quiere honrar.
Todos forman una tropa, en seguida llegarán”.
Dijo Minaya: “A caballo. Los iremos a encontrar”.
Muy de prisa que montaron, no se querían tardar;
cien caballeros salían, todos de muy buen mirar,
en caballos muy hermosos con cubiertas de cendal
y petral de cascabeles; con escudo al cuello van,
sendas lanzas en las manos, con su pendón cada cual.
Quiere Minaya que vean cómo se sabe portar
y como trata a las damas que a Castilla fue a buscar.
Los primeros batidores a llegar empiezan ya,
las armas toman, ce ponen con las armas a jugar.
Por allí junto a Jalón grandes alegrías van.
Los otros ante Minaya se iban todos a humillar.
Luego, el moro Abengalbón, que mirándoles está,
con gesto muy sonriente a Minaya fue a abrazar,
según la costumbre mora, beso en el hombro le da.
"Dichoso el día, Minaya, en que os vengo a encontrar.
A esas damas traéis vos que honra nos vienen a dar,
a las dos hijas del Cid, a su esposa tan leal.
Tal es la suerte del Cid y todos le hemos de honrar,
aunque poco le quisiéramos no se le puede hacer mal,
se quedará con lo nuestro, sea por guerra o por paz.
Por muy torpe tengo yo al que no ve esta verdad’.
84
Los viajeros descansan en Medina
Parten de Medina a Molina
Llegan cerca de Valencia
Al oírle sonrió Álvar Fáñez de Minaya:
"Bien lo veo, Abengalbón, que sois amigo sin tacha;
si Dios me lleva hasta el Cid, y le ve otra vez mi alma,
lo que hicisteis por nosotros no se quedará sin paga.
Vámonos ya a descansar, ]a cena está preparada".
Contéstale Abengalbón: “Mucho me place aceptarla,
y antes que pasen tres días la devolveré doblada”.
En Medinaceli entran, los atendía Minaya;
todos quedan muy contentos de la cena que tomaran.
Al oficial de palacio despedirse ya mandaban.
Honrado quedará el Cid, que allá en Valencia se estaba,
de aquellos ricos festines que en Medina aderezaran.
Todo lo costea el rey y nada pagó Minaya.
Pasada está ya la noche, ha venido la mañana,
todos oyeron la misa y en seguida cabalgaban.
De Medinaceli salen, el río Jalón pasaban,
por el Arbujuelo arriba muy de prisa espoleaban,
la llanura de la Mata de Taranz atravesaban,
llegan por fin a Molina, la que Abengalbón mandaba.
El obispo don Jerónimo, el buen cristiano sin tacha,
por de día y por de noche a las tres damas guardaba,
con un caballo a su diestra y otro detrás con sus armas.
Álvar Fáñez de Minaya a su lado le acompaña.
Ya se entran en Molina, villa rica y bien poblada.
Allí el moro Abengalbón les sirve y nada les falta.
De todo lo que quisieron no echaron de menos nada,
y las mismas herraduras el moro las costeaba.
A las damas y a Minaya ¡Dios. cuánto que los honraba!
Otro día de mañana en seguida cabalgaban,
hasta la misma Valencia el moro los acompaña,
de lo suyo iba gastando, de ellos no tomaba nada.
Y con estas alegrías y estas noticias tan gratas
ya están cerca de Valencia, a tres leguas mal contadas.
A Mío Cid de Vivar, que en buen hora ciñó espada,
hasta dentro de Valencia un aviso le mandaban.
Tirada 85
El Cid envía gentes al encuentro de los viajeros
Alegre se puso el Cid como nunca más ni tanto,
de aquello que más quería la noticia le ha llegado.
A doscientos caballeros que salgan les ha mandado
a recibir a Minaya y a las damas hijasdalgo.
Él se estará allí en Valencia guardándola y vigilando,
sabe muy bien que Álvar Fáñez ya traera todo cuidado.
86
Don Jerónimo se adelanta a Valencia para preparar una procesión
El Cid cabalga al encuentro de Jimena
Entran todos en la ciudad
Todos estos caballeros ya reciben a Minaya,
a las damas, a las niñas y a los que acompañan.
Mandó Mío Cid a aquellos servidores es de su casa,
que guarden bien el alcázar y las otras torres altas
y que vigilen las puertas con sus salidas y entradas.
Manda traer a Babieca, poco ha que le ganara
del rey moro de Sevilla en aquella gran batalla,
aún no sabe Mío Cid, que en buen hora ciñó espada,
si será buen corredor y si muy en seco para.
A la puerta de Valencia, donde bien a salvo estaba,
ante su mujer e hijas quería jugar las armas.
Con grandes honras de todos son recibidas las damas,
el obispo don Jerónimo el primero se adelanta,
de su caballo se apea, a la capilla marchaba
y con los que allí encontró, que preparados estaban,
con sobrepelliz vestida y con las cruces de plata,
van a esperar a las damas y a aquel bueno de Minaya.
Mío Cid el bienhadado se retrasaba:
túnica de seda viste, muy crecida trae la barba,
ya le ensillan a Babieca, muy bien que le enjaezaban,
se monta en él Mío Cid y armas de palo tomaba.
En el nombrado Babieca el Campeador cabalga,
arranca a correr y dio una carrera tan rauda
que todos los que le vieron maravillados estaban.
Desde aquel día Babieca fue famoso en toda España.
Al acabar la carrera ya Mío Cid descabalga,
y va adonde su mujer y sus dos hijas estaban.
Al verle doña Jimena a los pies se le arrojaba:
“Merced, Cid, que en buen hora fuiste a ceñirte la espada.
Sacado me habéis, oh Cid, de muchas vergüenzas malas:
aquí me tenéis, señor, vuestras hijas me acompañan,
para Dios y para vos son buenas y bien criadas”.
A la madre y a las hijas mucho el Cid las abrazaba
y del gozo que tenían todos los cuatro lloraban.
Esas mesnadas del Cid muy jubilosas estaban,
jugaban a juegos de armas y tablados derribaban.
Oíd lo que dijo Rodrigo, que en buen hora ciñó espada:
“Vos, doña Jimena mía, querida mujer y honrada,
y las dos hijas que son mi corazón y mi alma,
en la ciudad de Valencia conmigo haced vuestra entrada,
en esta hermosa heredad que para vos fue ganada”.
Allí la madre y las hijas las dos manos le besaban
y en medio de grandes honras las tres en Valencia entraban.
87
Las dueñas contemplan a Valencia desde el alcázar
Con Mío Cid al alcázar su esposa y sus hijas van,
cuando llegaron las sube hasta el más alto lugar.
Vierais allí ojos tan bellos a todas partes mirar:
a sus pies ven a Valencia, cómo yace la ciudad,
y allá por el otro lado tienen a la vista el mar.
Miran la huerta, tan grande y tan frondosa que está,
y todas las otras cosas placenteras de mirar.
Alzan entonces las manos, que a Dios querían rezar,
por lo bueno y por lo grande de aquella hermosa heredad.
Mío Cid y sus mesnadas todos contentos están.
El invierno ya se ha ido y marzo quería entrar.
Noticias os daré ahora del otro lado del mar
y del rey moro Yusuf que allí en Marruecos está.
88
El rey de Marruecos viene a cercar a Valencia
Pésale al rey de Marruecos el triunfo de don Rodrigo:
“En mis tierras y heredades muy firme que se ha metido
y se lo agradece todo a su Señor Jesucristo”.
Entonces el de Marruecos llamar a sus fuerzas hizo
y cincuenta veces mil guerreros ha reunido.
Ya se entraron por el mar, en las barcas van metidos,
se encaminan a Valencia en busca de don Rodrigo.
Arribaron ya las naves, ellos a tierra han salido.
89
Ya llegaron a Valencia del Cid tan buena conquista,
allí plantaron sus tiendas esas gentes descreídas.
Por fin al Campeador le ]legan estas noticias.
90
Alegría del Cid al ver las huestes de Marruecos
Temor de Jimena
“¡Loado sea el Creador y Padre Espiritual!
Los bienes que yo poseo todos ahí delante están,
con afán gané a Valencia, la tengo por heredad,
como no sea por muerte no la puedo yo dejar.
A Dios y a Santa María gracias les tengo que dar
porque a mi mujer e hijas conmigo las tengo acá.
La suerte viene a buscarme del otro lado del mar,
tendré que vestir las armas, que no lo puedo dejar,
y mi mujer y mis hijas ahora me verán luchar.
Verán en tierras extrañas lo difícil que es estar,
harto verán por sus ojos cómo hay que ganar el pan”.
A su mujer y a sus hijas al alcázar súbelas.
“Por Dios, Mío Cid, ¿qué es ese campamento que allí está?”
“Jimena, mujer honrada, que eso no os dé pesar,
para nosotros riqueza maravillosa será.
Apenas llegada y ya regalos os quieren dar,
para casar a las hijas aquí os traen el ajuar”.
“Gracias os doy, Mío Cid, y al Padre Espiritual”.
“Mujer, en este palacio y en esta torre quedad:
no sintáis ningún pavor porque me veáis luchar,
que Dios y Santa María favorecerme querrán
y el corazón se me crece porque estáis aquí detrás.
Con la ayuda del Señor la batalla he de ganar”.
91
El Cid esfuerza a su mujer y a sus hijas
Los moros invaden la huerta de Valencia
Izadas están las tiendas; ya rompe el primer albor,
en las huestes de los moros a prisa suena el tambor.
Contento está Mío Cid. Dijo: “¡Qué buen día es hoy!”
Pero a su mujer del miedo le estalla el corazón
y las hijas y las damas también sienten gran pavor,
que en lo que tienen de vida no oyeran tal retemblor.
Acaricióse la barba el buen Cid Campeador:
“De esto saldremos ganando, no tengáis más miedo, no,
porque antes de quince días, si así place al Creador,
esos tambores morunos en mi poder tendré yo;
mandaré que os los muestren y así veréis cómo son.
Don Jerónimo irá luego a colgar tanto tambor
en el templo de la Virgen, madre de Nuestro Señor.”
Éste es el voto que hizo Mío Cid Campeador.
Las damas van alegrándose y ya pierden el pavor.
Esos moros de Marruecos, que muy corredores son,
se iban metiendo en la huerta sin sentir ningún temor.
92
Espolonada de los cristianos
Los ha visto el centinela y empieza a tañer la esquila,
prestas están las mesnadas de la gente de Ruy Díaz.
Con muchas ganas se arman y ya salen de la villa.
Donde se topan con moros acométenlos aína,
y de las huertas aquellas los echan con gran mancilla.
Más de quinientos mataron los del Cid en este día.
93
Plan de batalla
Hasta el mismo campamento van los cristianos detrás,
harto han hecho ya aquel día y se empiezan a tornar.
El buen Álvar Salvadórez cautivo se queda allá.
Con el Cid se van volviendo los que comen de su pan.
Vio lo que han hecho, pero ellos se lo cuentan, además.
Al gran Cid Campeador mucha alegría le da:
“Mis caballeros, oídme, esto aquí no ha de quedar,
si hoy ha sido día bueno, mañana mejor será,
cuando vaya a amanecer todos armados estad,
el obispo don Jerónimo la absolución nos dará,
la misa nos dirá luego, y entonces a cabalgar.
No puede ser de otro modo, los iremos a atacar
en el nombre de Santiago y del Señor Celestial.
Más vale que les ganemos que ellos nos quiten el pan”.
Álvar Fáñez de Minaya allí también quiso hablar:
“Si así lo queréis, buen Cid, a mí mandadme algo más,
ciento treinta caballeros, dadme, bravos en lidiar;
atacad vos por un lado, los míos por otro irán,
en una o en otra parte, o en ambas, Dios nos valdrá”.
Entonces contesta el Cid: “De muy buena voluntad”.
94
El Cid concede al obispo las primeras heridas
El día saliendo va y ya la noche es entrada,
no tardan en prepararse aquellas gentes cristianas.
Por segunda vez se oían los gallos antes del alba;
el obispo don Jerónimo una misa les cantaba,
cuando la misa acabó buena absolución les daba.
“El que en la lucha muriere peleando cara a cara
de sus pecados le absuelvo y Dios cogerá su alma.
A vos, Cid Campeador, que en buen hora ciñó espada,
una misa os acabo de cantar esta mañana,
y en cambio pediros quiero que me otorguéis una gracia,
y es que los primeros golpes sean dados por mi espada”.
Díjole el Campeador: “Aquí os queda otorgada”.
95
Los cristianos salen a batalla
Derrota de Yusuf
Botín extraordinario
El Cid saluda a su mujer y sus hijas
Dota a las dueñas de Jimena
Reparto del botín
Ya todos muy bien armados salen por Torres de Cuarto;
Mío Cid a sus vasallos bien los iba aleccionando.
Hombres de gran confianza en las puertas se dejaron,
monta entonces Mío Cid en Babieca, su caballo,
que de todas guarniciones iba muy bien preparado.
Han salido de Valencia, ya la bandera sacaron,
son cuatro mil menos treinta los que el Cid lleva a su lado
y a cincuenta mil de moros sin miedo van a atacarlos.
Minaya con Álvar Álvaroz éntrase por otro lado,
y plúgole al Creador que pudiera derrotarlos.
El Cid hiere con la lanza, luego a la espada echa mano,
a tantos moros mató que no pueden ser contados,
le va por el codo abajo mucha sangre chorreando.
Al rey Yusuf de Marruecos tres golpes le ha descargado,
pero el moro se le escapa a todo andar del caballo
y se le mete en Cullera, castillo muy bien armado;
hasta allí le sigue el Cid por ver si puede alcanzarlo,
con otros que le acompañan de aquellos buenos vasallos.
Desde Cullera se vuelve Mío Cid el bienhadado,
muy alegre del botín tan grande que han capturado.
Ve cuánto vale Babieca, de la cabeza hasta el rabo.
La ganancia de aquel día toda por suya ha quedado.
De aquellos cincuenta mil moros que habían contado,
no pudieron escaparse nada más que ciento cuatro.
Las mesnadas de Ruy Díaz saquearon todo el campo,
entre la plata y el oro recogieron tres mil marcos,
y lo demás del botín no podían ni contarlo.
Alegre está Mío Cid, muy alegres sus vasallos
de que Dios les ayudara a aquella victoria en campo.
Después que al rey de Marruecos así hubieron derrotado,
dejóse el Cid a Álvar Fáñez de todo aquello cuidando
y con sus cien caballeros en Valencia ya se ha entrado.
La cofia lleva caída, el yelmo se lo ha quitado,
así entró sobre Babieca y con la espada en la mano.
Recíbenlo allí las damas que le estaban esperando,
ante ellas para, tiró de las riendas al caballo:
“Ante vos me humillo, damas, gran honor os he ganado,
vos me guardabais Valencia y yo vencía en el campo.
Esto Dios lo quiso así, y con Él todos sus santos,
cuando por venir vosotras tal ganancia nos han dado.
Ved esta espada sangrienta, ved sudoroso el caballo,
es así como se vence a los moros en el campo.
Rogad a Dios que os viva todavía algunos años
y muchos os besarán, en vasallaje las manos”.
Esto dijo Mío Cid, luego bajo del caballo.
Cuando ya estuvo en el suelo y le ven descabalgado,
las damas y las dos niñas, la esposa que vale tanto,
ante el Cid Campeador las dos rodillas hincaron.
Vuestras somos y Dios quiera que aún nos viváis muchos años".
Volvieron con él las damas y entran todos en palacio.
Con el Cid van a sentarse en muy preciosos escaños:
“Mi mujer doña Jimena, ya que así lo habéis rogado
a las damas que trajisteis y os han servido tanto
quiero casar con algunos de estos mis buenos vasallos;
a cada una de ellas le daré doscientos marcos
y que sepan en Castilla que sirvieron a buen amo.
De casar a vuestras hijas ya se hablará más despacio”.
Allí todas se levantan, van a besarle las manos
y una alegría muy grande corrió por todo el palacio.
Tal como lo dijo el Cid así lo llevan a cabo.
El buen Minaya Álvar Fáñez seguía afuera en el campo
con los hombres que reparten, escribiendo y recontando:
de tiendas y ricas armas y de vestidos preciados
no se puede ni pensar los muchos que se encontraron.
Ahora quisiera deciros del botín lo mas granado:
y es que no pueden ni echar cuenta de tantos caballos
que andan con ricos arreos y no hay quien quiera tomarlos;
los moros de aquella tierra se sacaron también algo;
y además de todo esto a Mío Cid bienhadado
de los mejores que cogen le tocaron mil caballos.
Cuando al partir la ganancia al Cid le tocaron tantos
es que los demás quedaban, también ellos, bien pagados.
¡Y qué de tiendas lujosas con postes bien trabajados
se sacaron del botín Mío Cid y sus vasallos!
La tienda del rey de moros, la más rica que encontraron,
dos postes la sostenían que de oro están labrados.
Mío Cid Campeador a todos los ha mandado
que allí la dejen plantada y no la toque cristiano:
“Tal tienda que como ésta de Marruecos ha pasado
enviarla quiero al rey don Alfonso el Castellano.
Así verá que es muy cierto que el Cid va medrando algo”.
Todas aquellas riquezas en Valencia las entraron.
El obispo don Jerónimo, sacerdote muy honrado,
cuando acabo de lidiar con los moros a dos manos,
no podía echar la cuenta de tantos como ha matado.
Botín de mucha valía le tocara en el reparto
y a más el Cid Don Rodrigo de Vivar, el bienhadado,
de la quinta parte suya el diezmo le ha regalado.
96
Gozo de los cristianos
El Cid envía nuevo presente al rey
En Valencia están alegres todas las gentes cristianas,
tantos dineros tenían, tantos caballos y armas.
Doña Jimena y sus hijas alegres también estaban
y aquellas damas que ya se tenían por casadas.
El bueno de Mío Cid no perdía tiempo en nada:
"¿En dónde estáis, grande hombre? Venid para acá, Minaya.
La ganancia que os toca os la tenéis bien ganada,
y a más de mi quinta parte os digo con toda el alma
que toméis lo que quisiereis: con lo que quede me basta.
Mañana al romper el día habéis de marchar sin falta,
con caballos de esta quinta que me tocó en la ganancia,
todos con sillas y frenos, todos con sendas espadas;
por amor de mi mujer y mis hijas adoradas,
por habérmelas mandado a donde e]las deseaban,
estos doscientos caballos al rey el Cid le regala,
que no piense don Alfonso mal del que en Valencia manda".
Ordena a Pedro Bermúdez que se marche con Minaya.
Otro día de mañana muy a prisa cabalgaban
con doscientos caballeros que llevan en su compaña;
dirán al rey que Mío Cid ambas manos le besaba,
que de esta lid que Rodrigo de Vivar tiene ganada,
doscientos buenos caballos en regalo se los manda,
que siempre le servirá mientras que viva su alma.
Tirada 97
Minaya lleva el presente a Castilla
Salidos son de Valencia y ya empezaron a andar.
Muchas riquezas llevaban, bien tienen que vigilar.
Andan de día y de noche, ningún reposo se dan,
la sierra que parte el reino la tienen pasada ya,
y por el rey don Alfonso empiezan a preguntar.
98
Minaya llega a Valladolid
Aquellas sierras y montes, aquellos ríos pasaban,
llegan a Valladolid, donde el rey Alfonso estaba.
Aviso le mandan Pedro Bermúdez y el buen Minaya
de que envíe a recibir a toda aquella compaña
que Mío Cid de Valencia con sus regalos le manda.
99
El rey sale a recibir a los del Cid
Envidia de Garci Ordóñez
Alegre se puso el rey como nunca visteis tanto,
mandó cabalgar a prisa a todos sus fijosdalgo,
y el rey fue de los primeros que montaron a caballo
por recibir los mensajes que le manda el bienhadado.
Los infantes de Carrión también allí se encontraron
y ese conde don García, del Cid enemigo malo.
Aquello a los unos place y a los otros va pesando.
A la vista tienen ya a los del Cid bienhadado,
un ejército parecen, no semejan enviados,
el rey don Alfonso al verlos estábase santiguando.
Minaya y Pedro Bermúdez son los primeros llegados,
los dos echaron pie a tierra, se apean de los caballos.
Delante del rey Alfonso, con los hinojos hincados,
los dos besaron el suelo, los pies al rey le besaron.
“Merced, merced, rey Alfonso señor nuestro tan honrado,
en nombre de Mío Cid este suelo y pies besamos,
a vos tiene por señor, llámase vuestro vasallo.
Mucho aprecia Mío Cid la honra que le habéis dado.
Pocos días ha, señor, que una batalla ha ganado
contra ese rey de Marruecos que rey Yusuf es llamado:
a cincuenta mil guerreros los ha vencido en el campo,
inmensas son las ganancias que en la lucha se sacaron,
en ricos se han convertido allí todos sus vasallos;
estos caballos os manda, rey, y os besa las manos”.
Dijo entonces don Alfonso: “Recíbolos de buen grado.
Agradezco a Mío Cid este don que me ha enviado.
Espero que llegue el día en que por mí sea premiado”.
Esto a muchos les plació y besáronle las manos.
Al conde García Gómez mucho aquello le ha pesado,
él y diez parientes suyos allí a un lado se apartaron.
“Es maravilla del Cid que su honra crezca tanto;
con la honra que él se gana estamos muy afrentados.
¡Qué fácilmente que vence reyes moros en el campo,
como si estuvieran muertos él les quita sus caballos!
Raro sería si de esto no nos viniera algún daño”.
100
El rey muéstrase benévolo hacia el Cid
Entonces estas palabras fue el rey Alfonso a decir:
“A Dios y a San Isidoro agradezco este gentil
don de doscientos caballos que me envía Mío Cid.
Mientras que mi reino dure mejor me podrá servir.
A vos, Minaya, y a vos, Bermúdez, que estáis aquí,
mandaré que se os dé ricamente de vestir,
y todas las buenas armas que vos quisiereis pedir,
por que lleguéis más apuestos delante de Mío Cid.
Tres caballos os regalo, podéis cogerlos de aquí.
Contento estoy y ya oigo una voz dentro de mí
que me dice que estas cosas han de parar en buen fin”.
101
Los infantes de Carrión piensan casar con las hijas del Cid
Ya le besaron las manos y se entran a descansar,
manda el rey darles de aquello de que hayan necesidad.
Ahora de los dos infantes de Carrión os quiero habla;
en pláticas reservadas y misteriosas están.
“La prosperidad del Cid muy para adelante va,
le pediremos sus hijas para con ellas casar,
se crecerá nuestra honra y así podremos medrar”.
Y allí con estas razones al rey Alfonso se van.
102
Los infantes logran que el rey trate el casamiento
El rey pide vistas con el Cid
Minaya vuelve a Valencia y entera al Cid de todo
El Cid fija el lugar de las vistas
“Esta merced os pedimos, a vos, el rey y señor:
queremos, si esta demanda tiene vuestra aprobación,
que nos pidáis a las hijas de Mío Cid Campeador,
casar queremos con ellas, honra será de los dos”.
El rey Alfonso un gran rato meditando se quedó:
“Yo he echado de esta mi tierra al buen Cid Campeador,
trabajé yo por su mal y él por mi bien trabajó,
y no sé si el casamiento querrá aceptármelo o no,
mas ya que vos lo queréis hablemos de la cuestión”.
A Álvar Fáñez de Minaya y a Bermúdez, a esos dos
mensajeros de Ruy Díaz, el rey entonces llamó,
y a un aposento cercano con ellos dos se apartó.
“Minaya y Pedro Bermúdez, escuchad esta razón:
Muy bien que me está sirviendo Mío Cid Campeador,
y como él se lo merece le concederé perdón;
que venga a verse conmigo, si gusta, vuestro señor.
Otras novedades hay en esta mi corte, y son
que don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión,
con las hijas de Mío Cid quieren casarse los dos.
Llevad vos este mensaje, que así os lo ruego yo,
decídselo de mi parte al buen Cid Campeador.
A honra lo habrá de tomar, que irá ganando en honor,
si por bodas emparienta con infantes de Carrión”.
Habla Minaya, a Bermúdez muy bien que le pareció:
“Al Cid se lo rogaremos cual lo habéis mandado vos
y después el Cid que haga lo que tenga por mejor”. “
Decid a Rodrigo Díaz el que en buenhora nació
que en sitio que a él le convenga podremos vernos los dos
y en el lugar que designe será nuestra reunión.
En aquello que yo pueda ayudarle quiero yo”.
Los mensajeros del Cid al rey le dicen adiós,
y Minaya con los suyos hacia Valencia marchó.
Cuando supo que venía, el buen Cid Campeador
a prisa monta a caballo, a recibirlos salió,
sonreía Mío Cid y mucho los abrazó.
Dijo Rodrigo: “Álvar Fáñez, Pedro Bermúdez, ¿sois vos?
En pocas tierras se encuentran varones como estos dos.
¿Cuáles noticias me manda don Alfonso, mi señor?
¿Está contento de mí? ¿No quiso aceptarme el don?”
Dijo Minaya: “Lo acepta con alma y con corazón.
Muy satisfecho se queda y os vuelve a su favor”.
Dijo Mío Cid entonces: “Gracias, gracias, Creador”.
Y luego los mensajeros le transmiten la razón
de que le rogaba Alfonso, rey de Castilla y León,
de que a sus hijas las casase con infantes de Carrión,
que con eso habrá de honrarse y de subir en honor;
así lo aconseja el rey con el alma y corazón.
Cuando lo oyó Mío Cid, aquel buen Campeador,
un rato muy dilatado pensativo se quedó:
“Mucho le agradezco esto a Cristo, Nuestro Señor:
echado fui de la tierra, me quitaron el honor,
con gran trabajo gané esto que poseo yo.
Agradezco a Dios que el rey me haya vuelto a su favor
y que me pida mis hijas para los dos de Carrión.
Minaya, Pedro Bermúdez, decidme vosotros dos
de estas bodas proyectadas cuál sea vuestra opinión”.
“A nosotros nos parece lo que os parezca a vos”.
Dijo el Cid: “De gran linaje vienen esos de Carrión,
andan siempre con la corte, muy orgullosos que son;
estas bodas, en verdad, no me gustarían, no,
pero si el rey lo aconseja, él que vale más que nos,
bien podemos en secreto discutir esa cuestión,
y que Dios el de los cielos nos inspire lo mejor”.
“Además de todo esto, Alfonso, vuestro señor,
dijo que querría veros en donde os plazca a vos:
de veros tiene deseo y tornaros su favor,
luego vos decidiréis lo que convenga mejor”.
Contestó entonces el Cid: “Pláceme de corazón”.
Entonces dijo Minaya: “El rey Alfonso mandó
que el lugar de la entrevista sea escogido por vos”.
“Si así lo ordenara el rey, dijo allí el Campeador,
hasta donde él estuviera iría a buscarle yo
para honrarle cual se debe a nuestro rey y señor.
Pero ya que así lo quiere acéptole yo el honor
y a orillas del río Tajo, ese que es río mayor,
podemos entrevistarnos cuando quiera mi señor”.
Ya están escritas las cartas, el Cid muy bien las selló;
con dos caballeros suyos a prisa las envió:
lo que quiera el rey Alfonso eso hará el Campeador.
103
El rey fija plazo para las vistas
Dispónese con los suyos para ir a ellas
Por fin, a aquel rey honrado le presentaron las cartas,
cuando las vio don Alfonso de corazón se alegraba.
“Saludadme a Mío Cid, que en buen hora ciñó espada:
celébrese la entrevista al cumplirse tres semanas;
si yo vivo para entonces me encontraré allí sin falta”.
Los mensajeros del Cid ya sin tardar se tornaban.
De una parte y de otra parte a las vistas se preparan.
¿Quién vio nunca por Castilla tanta mula bien preciada,
tanto hermoso palafrén de buen aire y buena marcha,
caballos tan bien criados y corredores sin tacha,
tanto vistoso pendón encajado en buenas astas,
escudos que en medio llevan guarnición de oro y de plata,
cendales de Alejandría, tantos mantos, pieles tantas?
Provisiones abundantes el rey enviar mandaba
a orilla del Tajo, donde la entrevista se prepara.
Un séquito numeroso al rey Alfonso acompaña.
Los infantes de Carrión con gran alegría andan,
mucho compran, unas cosas las deben y otras las pagan,
porque con aquella bodas ellos ya se figuraban
que tendrán cuanto quisieran de oro y plata.
El monarca don Alfonso muy de prisa cabalgaba
con condes y ricos hombres y con muy grandes mesnadas.
Los infantes de Carrión su buen séquito llevaban.
Leoneses y gallegos al rey Alfonso acompañan
y no se pueden contar las mesnadas castellanas.
Allí soltaron las riendas, para la entrevista marchan.
Tirada 104
El Cid y los suyos se disponen para ir a las vistas
Parten de Valencia
El rey y el Cid se avistan a orillas del Tajo.
Perdón solemne dado por el rey al Cid
Convites
El rey pide al Cid sus hijas para los infantes
El Cid confía sus hijas al rey y éste las casa
Las vistas acaban
Regalos del Cid a los que se despiden
El rey entrega los infantes al Cid
Allá dentro de Valencia, Mío Cid Campeador,
sin demora a la entrevista muy bien que se preparó.
Tanta buena mula, tanto palafrén de condición,
muy buenas armas y mucho buen caballo corredor
y tantos mantos y pieles y capas de gran valor.
La gente chicos y grandes, vestidos van de color.
Álvar Fáñez y el buen Pedro Bermúdez aquellos son,
Martín Muñoz es el otro que mandó a Montemayor,
con el Martín Antolínez, ese burgalés de pro,
el obispo don Jerónimo, clérigo de lo mejor,
Álvar Salvadórez y el buen Álvar Álvaroz,
el valiente caballero que llaman Muño Gustioz
y ese Galindo García el que vino de Aragón.
Todos éstos se preparan a ir con el Campeador,
y los demás caballeros que vasallos suyos son.
Al buen Álvar Salvadórez y a Galindo el de Aragón,
a éstos les ha encomendado Mío Cid Campeador
que le guarden a Valencia con alma y con corazón,
y que los demás estén bajo el mando de ellos dos.
De las puertas del alcázar esto Mío Cid mandó:
ni de día ni de noche no las abra nadie, no.
Dentro se queda su esposa, quedan sus hijas las dos,
en las que Cid tiene puestos el alma y corazón,
y todas aquellas damas que sus servidoras son.
Ha dispuesto Mío Cid como prudente varón
que no salgan del alcázar esas damas mientras no
haya tornado a Valencia el que en buen hora nació.
Espuelas pican y el Cid con los suyos se marchó,
caballos de armas llevaban que muy corredores son,
Mío Cid se los ganara, no se los dieron por don.
El Cid va para las vistas que con el rey concertó.
Un día antes que llegue Mío Cid, el rey llegó.
Cuando vieron que venía ese buen Campeador,
a recibirle salieron con grandes muestras de honor.
Al verlos adelantarse, el que en buen hora nació
a todos sus caballeros que parasen los mandó,
menos a unos pocos de ellos que quiere de corazón;
con esos quince vasallos del caballo se apeó,
cual lo tenía pensado, el que en buen hora nació.
De rodillas se echa al suelo, las manos en él clavó,
aquellas yerbas del campo con sus dientes las mordió
y del gozo que tenía el llanto se le saltó.
Así rinde acatamiento a Alfonso, rey de León.
Ante los pies del monarca de esta manera cayó,
no le gusta al rey Alfonso verle en tal humillación:
“Levantáos, levantáos, mi buen Cid Campeador,
besar mis manos os dejo, pero besar los pies no,
si no lo hiciereis así, no os vuelvo mi favor”.
Con las rodillas hincadas seguía el Campeador:
“Merced os pido, buen rey, vos, mi natural señor,
que ante vos arrodillado me devolváis vuestro amor,
y puedan oírlo todos los que están alrededor”.
Dijo el rey: “Así lo haré con alma y con corazón,
aquí os perdono, Cid, y os vuelvo mi favor,
desde hoy en todo mi reino acogida os doy yo”.
Habló entonces Mío Cid, fue a decir esta razón:
“Gracias, el perdón acepto, Alfonso, rey y señor,
al cielo le doy las gracias y después del cielo a vos,
y a todas estas mesnadas que están aquí alrededor”.
Con las rodillas hincadas las dos manos le besó,
se levanta y en la boca al rey otro beso dio.
Todos los que están allí se alegran de corazón.
Sólo al conde Garci Ordóñez y a Álvar Díaz les pesó.
Habla entonces Mío Cid, fue a decir esta razón:
“Mucho que se lo agradezco al gran Padre Creador,
porque me ha vuelto su gracia don Alfonso, mi señor,
ahora de día y de noche tendré la ayuda de Dios;
que seáis mi huésped, os ruego, si así os place, señor”.
Dijo el rey: “Hacerlo así no sería justo, no,
vos acabáis de llegar, y anoche he llegado yo;
hoy habéis de ser mi huésped, Mío Cid Campeador,
y ya mañana se hará lo que más os plaza a vos”.
Bésale la mano el Cid, a su demanda cedió.
Entonces le saludaron los infantes de Carrión:
“Os saludamos ¡oh Cid, que en tan buen hora nació!
en todo lo que podamos amigos somos los dos”.
Repuso allí Mío Cid: “¡Quiéralo así el Creador!”
Al en buenhora nacido Mío Cid Campeador,
el rey, aquel día entero, por su huésped le tomó.
No se harta de estar con él, le quiere de corazón,
mucho le mira la barba que tan larga le creció.
A todos los que allí están el Cid los maravilló.
El día ya va pasando y ya la noche se entró.
Otro día de mañana muy claro salía el sol.
Mío Cid el de Vivar a los suyos ordenó
que preparasen cocina para tantos como son;
muy satisfechos quedaron de Mío Cid Campeador,
tenían mucha alegría y todos acordes son
en que no han hecho en tres años una comida mejor.
Otro día de mañana, así como sale el sol,
el obispo don Jerónimo una misa les cantó.
A la salida de misa el rey a todos juntó:
“Infanzones y mesnadas, condes, oíd con atención
el ruego que voy a hacer a Mío Cid Campeador,
que sea para su bien ojalá lo quiera Dios.
Vuestras hijas, Cid, os pido, doña Elvira y doña Sol,
para que casen con ellas los infantes de Carrión.
Me parece el casamiento honroso para los dos,
los infantes os las piden y les recomiendo yo.
Y pido a todos aquellos que están presentes y son
vasallos vuestros o míos, que rueguen en mi favor.
Dádnoslas, pues, Mío Cid, y que os ampare Dios”.
“No querría yo casarlas, repuso el Campeador,
que no tienen mucha edad, las dos muy pequeñas son.
De mucho renombre gozan los infantes de Carrión,
buenos son para mis hijas y aún quizá para mejor.
Yo di vida a estas dos niñas, pero las criasteis vos;
a lo que mandéis estamos, rey Alfonso, ellas y yo.
Aquí están, en vuestras manos, doña Elvira y doña Sol,
dadlas a quien vos queráis, que siempre será en mi honor”.
“Gracias, dijo el rey, a todos los de esta corte y a vos”.
Entonces se levantaron los infantes de Carrión
y van a besar las manos al que en buenhora nació.
Allí cambian sus espadas con el Cid Campeador
en prenda de pacto. Luego el rey don Alfonso habló:
“Gracias, Cid, a ti, tan bueno y preferido de Dios,
por darme vuestras dos hijas para infantes de Carrión.
En mi mano yo las tomo, doña Elvira y doña Sol,
y por esposos les doy los infantes de Carrión.
A vuestras hijas las caso, la licencia me dais vos,
que en vuestro provecho sea, ojalá lo quiera Dios.
Aquí tenéis, Mío Cid, los infantes de Carrión,
yo me vuelvo desde aquí, con vos irán ellos dos.
Trescientos marcos de plata en ayuda les doy yo,
que los gasten en las bodas o en lo que quisiereis vos.
Cuando hayáis llegado todos a Valencia la mayor
vuestras hijas y los yernos, que ya vuestros hijos son.
haced de ellos cual os plazca, Mío Cid Campeador”.
Recíbelos Mío Cid, al rey las manos besó:
“Mucho que os lo agradezco, como a mi rey y señor,
vos me casáis a mis hijas, no soy quien las casa yo”.
La palabra está empeñada, las promesas dadas son,
al otro día de mañana, en cuanto saliere el sol,
cada cual se tornará allí de donde salió.
Grandes cosas hizo entonces Mío Cid Campeador,
vierais allí gruesas mulas, palafrenes de valor,
tantas buenas vestiduras que de mucho coste son,
todo aquello de regalo el Cid Ruy Díaz lo dio
a aquellos que se lo piden, y a nadie dijo que no.
Sesenta de sus caballos regala el Campeador.
Muy contentos se van todos de aquella gran reunión,
tenían que separarse, que ya la noche llegó.
El rey a los dos infantes de la mano los cogió,
y así se los fue a entregar a Mío Cid Campeador.
“Aquí tenéis vuestros hijos, pues que yernos vuestros son:
desde hoy como queráis, Mío Cid, mandadlos vos;
que os sirvan como padre y os guarden como señor”.
“Mucho lo agradezco, rey. Quiero aceptar vuestro don.
Dios que en los cielos está os dé muy buen galardón”.
105
El Cid no quiere entregar las hijas por sí mismo
Minaya será representante del rey
“Ahora una merced os pido, a vos mi rey natural:
ya que casáis a mis hijas según vuestra voluntad,
nombrad vos quien las entregue, mis manos no las darán
y los infantes de eso no se podrán alabar”.
Respondió el rey: “Este buen Álvar Fáñez lo será.
Cogedlas y a los infantes se las iréis a entregar
tal como lo hago yo ahora, cual si fuese de verdad,
en todas las velaciones las tenéis que apadrinar,
cuando volvamos a vernos todo se me ha de contar”.
Dijo Álvar Fáñez: “Señor, pláceme de voluntad”.
106
El Cid se despide del rey
Regalos
Todas las cosas se hicieron como se habían pensado.
Dijo el Cid: “Rey don Alfonso, señor mío tan honrado,
en recuerdo de estas vistas, quered aceptarme algo.
Traigo treinta palafrenes, todos bien enjaezados,
treinta caballos ligeros, todos muy bien ensillados,
aceptadlos y dejadme, señor, besaros las manos”.
“Mío Cid, me tenéis ya de tanto obsequio colmado.
Estos caballos acepto que vos me habéis regalado,
y que quiera el Creador y con Él todos los santos
que ese placer que me dais os sea muy bien premiado.
Cid Ruy Díaz de Vivar, vos mucho me habéis honrado,
me servís muy bien y estoy contento de tal vasallo.
Si Dios me da vida, Cid, yo os premiaré con algo.
Al Señor os encomiendo, de esta entrevista me marcho
y Dios quiera dar buen fin a lo que aquí concertamos”.
107
Muchos del rey se van con el Cid a Valencia
Los infantes acompañados por Pedro Bermúdez
En su caballo Babieca el Cid Ruy Díaz montó:
“Aquí lo quiero decir ante mi rey y señor:
quien desee ir a las bodas o recibir algún don
puede venirse conmigo, no habrá de perderlo, no”.
De su señor don Alfonso el Cid ya se despidió,
no quiere que le acompañe, de él allí se separó.
Vierais allí caballeros, y muy apuestos que son,
besar las manos al rey Alfonso en señal de adiós.
“Concedednos vuestra gracia y dadnos vuestro perdón,
al mando del Cid nos vamos a Valencia la mayor.
Veremos las bodas de los infantes de Carrión
y de las hijas del Cid doña Elvira y doña Sol”.
Mucho que le place al rey y a todos permiso dio,
crece el séquito del Cid, pero el del rey se amenguó,
mucha gente es la que va con Mío Cid Campeador.
Para Valencia caminan la que en buenhora ganó.
A don Diego y don Fernando por compañía les dio
al buen don Pedro Bermúdez, al buen don Muño Gutioz;
no tiene el Cid en su casa un caballero mejor.
Ellos así irán sabiendo cómo son los de Carrión.
Con ellos va Ansur González, bullanguero y hablador,
muy largo de lengua era y no tanto de valor.
Muchas honras hacen a los infantes de Carrión.
Ya los tenéis en Valencia, la que Mío Cid ganó.
Y cuando más se acercaron su alegría era mayor.
A don Pedro y a don Muño les dice el Campeador:
“Que tengan un buen albergue los infantes de Carrión
y vos quedáos con ellos, que así os lo mando yo.
Cuando venga la mañana y en cuanto que apunte el sol
a sus esposas verán, doña Elvira y doña Sol.”
108
El Cid anuncia a Jimena el casamiento
Al llegar la noche todos se marcharon a sus casas,
Mío Cid Campeador en el alcázar entraba,
Doña Jimena y sus hijas allí dentro le esperaban
“¿Sois vos, Cid Campeador, que en buenhora ciñó espada?
Por muchos años os vean los ojos de nuestras caras”.
“Gracias a nuestro Señor aquí estoy, mujer honrada,
conmigo traigo dos yernos que gran honra nos deparan:
agradecédmelo, hijas, porque estáis muy bien casadas”.
109
Doña Jimena y las hijas se muestran satisfechas
Allí le besan las manos su mujer y sus dos hijas
y todas las otras damas de quien ellas se servían.
“Gracias a Dios y a vos gracias, Cid, de la barba crecida,
cosas que vos decidáis son cosas bien decididas.
Nada les ha de faltar, mientras viváis, a mis hijas”.
“Padre, cuando nos caséis seremos las dos muy ricas”.
110
El Cid recela del casamiento
“Mi mujer, doña Jimena, sea lo que quiera Dios.
A vos os digo, hijas mías, doña Elvira y doña Sol,
que con este casamiento ganaremos en honor,
pero sabed que estas bodas no las he arreglado yo:
os ha pedido y rogado don Alfonso, mi señor.
Lo hizo con tanta firmeza, tan de todo corazón,
que a aquello que me pedía no supe decir que no.
Así en sus manos os puse, hijas mías, a las dos.
Pero de verdad os digo: él os casa, que no yo”.
111
Preparativos de las bodas
Presentación de los infantes Minaya entrega las esposas a los infantes
Bendiciones y misa
Fiestas durante quince días
Las bodas acaban, regalos a los convidados
El juglar se despide de sus oyentes
Entonces se comenzó a adornar todo el palacio,
los suelos y las paredes con tapices los taparon,
telas de púrpura y seda y muchos paños preciados.
¡Cuánto gusto os daría comer en aquel palacio!
Los caballeros del Cid todos se fueron juntando.
Van entonces a buscar a don Diego y don Fernando:
ya cabalgan los infantes, caminan para palacio
con muy buenas vestiduras, ricamente ataviados.
¡Qué bien y con qué humildad e el alcázar entraron!
Los recibe Mío Cid, con el todo sus vasallos.
Al Cid y a doña Jimena los infantes saludaron;
luego fueron a sentarse en un magnífico escaño.
Todos los de Mío Cid, prudentes y mesurados,
tenían puesta la vista en su señor bienhadado.
El Campeador Ruy Díaz entonces se ha levantado:
“Ya que tenemos que hacerlo, no hay para qué retardarlo:
venid acá, buen Minaya, a quien tanto quiero y amo,
aquí tenéis mis dos hijas, póngolas en vuestras manos.
Sabéis que con don Alfonso en hacerlo así quedamos,
en nada quiero faltar a lo que está concertado:
dárselas a los infantes de Carrión con vuestras manos,
que la bendición reciban y esto se vaya acabando”.
Álvar Fáñez contestó: “Yo lo haré de muy buen grado”.
Las dos se ponen en pie, él las cogió de la mano,
y a los de Carrión, Minaya así entonces les va hablando:
“Ante Álvar Fáñez estáis presentes los dos hermanos;
por mano del rey Alfonso, que me lo tiene mandado,
estas damas os entrego –y son las dos hijasdalgo–,
tomadlas vos por mujeres para honra y bien de los cuatro”.
Recíbenlas los infantes de corazón y buen grado,
al Cid y a doña Jimena les van a besar la mano.
Cuando hubieron hecho esto se salieron del palacio,
todos a Santa María de prisa se encaminaron.
El obispo don Jerónimo revistióse apresurado
y en la puerta de la iglesia ya los estaba esperando,
bendiciones les echó, la misa les ha cantado.
Cuando salen de la iglesia cabalgan a muy buen paso,
al arenal de Valencia todos los del Cid marcharon.
¡Dios, qué bien que juegan armas Ruy Díaz y sus vasallos!
El que en buenhora nació tres veces mudó el caballo.
Satisfecho se halla el Cid de lo que estaba mirando.
Buenos jinetes allí los de Carrión se mostraron.
Con las damas se volvieron y ya en Valencia