No escucharás, amigo donde estés,
este poema
mientras yo lo recito.
No tendrás sensación de mí ni de mi obra,
—tampoco de la tuya—
es más, creo que ya,
ni eres consciente,
después de cinco años,
de tu propia existencia.
Y no sabrás por qué
de los cientos de muertes que te habitan
la del doce de enero del año dos mil ocho
fue la que más sangró en la literatura
porque cuesta, no sabes cuánto,
cauterizar la herida
tan profunda
que dejó tu silencio.
Pero yo,
yo si sé que tú existes,
sí, porque te imagino,
porque te creo grande en las palabras
y te veo
con buenos ojos,
con la mirada limpia,
porque mientras yo sea
habrá una parte tuya en lo que escribo
aunque tú, a estas alturas,
no lo puedas saber.
Y menos mal que hubo un ancho espacio,
un largo tiempo,
de otra forma, querido Ángel,
jamás hubieras sido
ese escombro tenaz que cumple años
desde la eternidad
y en estos versos
que no vas a escuchar
mientras yo los recito.