Si tras el negro muro de granito
de la muerte hay un mundo, un más allá,
al cruzar el dintel del infinito
mi pregunta primer, mi primer grito,
ha de ser: “Y ella, y ella, ¿dónde está?”
Y una vez que te encuentre, penetrado
de una inmensa y sublime gratitud
para quien quiso fuera de ti amado
y me permite haberte recobrado,
¡a qué pedir más beatitud!