Álvarez Quintero (Hermanos)

"Nacimos entre espigas y olivares.
El uno esperó al otro en la lactancia,

"Nacimos entre espigas y olivares.
El uno esperó al otro en la lactancia,
y en el primer pinito de la infancia
ya escribimos comedias y cantares.
Después… libros y novias y billares
(¡memorias que iluminan la distancia!)
luego? una juventud, cuya fragancia
envenenan agobios y pesares.
Fuimos… cuanto hay que ser: covachuelistas,
estudiantes, ”diablillos” editores,
críticos, “pintamonos”, retratistas…
Y hoy como ayer, sencillos escritores
que siguen, a la luz de sus conquistas,
sembrando sueños por que nazcan flores."

Serafín Álvarez Quintero (Utrera, Sevilla, 26 de marzo de 1871 - Madrid, 12 de abril de 1938),

Joaquín Álvarez Quintero (Utrera, Sevilla, 20 de enero de 1873 - Madrid, 14 de junio de 1944)

Nacidos ambos en Utrera, los Álvarez Quintero, se instalaron en Sevilla, donde vivieron bastante tiempo. Sus inicios profesionales estuvieron siempre íntimamente ligados, incluso cuando ambos eran modestos empleados de Hacienda y soñaban con alcanzar la gloria con sus plumas, empleándolas en quehaceres literarios, mientras colaboraban en diversas publicaciones como El Diablo Cojuelo. También publicaron su propia revista: El perecito.

Poco a poco iniciaron paulatinamente su dedicación exclusiva al teatro, llegando su deber como autores en 1888 con Esgrima y amor en el teatro Cervantes de Sevilla. El éxito de la comedia les impulsa a viajar a Madrid, donde, a partir de 1889, estrenan varios sainetes líricos y juguetes cómicos: Gilito (1989), Blancas y negras (1892), La media naranja (1894), La buena sombra (1895), La reja (1897), El traje de luces (1898), El patio (1900).

Su primer éxito resonante lo obtuvieron en 1897 con El ojito derecho. A este éxito sucedieron muchos otros más, siendo especialmente recordados El genio alegre (1906), Malvaloca (1912), Puebla de las Mujeres (1912), Las de Caín (1908) y Mariquilla Terremoto (1930) .

Fueron miembros de la Real Academia de la Lengua Española. Serafín fue nombrado en 1920, mientras que Joaquín lo fue cinco años más tarde.

Los Álvarez Quintero formaron un tandem literario fuera de lo común. Un dúo estrechamente ligado y compenetrado, no solo por los vínculos de sangre, sino también por la literatura y por sus apariciones personales. Escribían juntos, saludaban juntos desde las candilejas tras sus estrenos y asistían juntos a las tertulias al uso. Para los críticos y periodistas siempre fue un misterio qué parte de la obra pertenecía a cada uno de ellos.

También se rumoreaba por aquel entonces, que un tercer hermano, Pedro, mayor que ellos dos, era el árbitro definitivo de cada una de sus creaciones y juez inapelable en sus discrepancias. Incluso cuando falleció Serafín (1938) su hermano Joaquín, que le sobrevivió seis años, continuó publicando con el nombre de ambos. No se pudo saber si lo último había sido escrito a dúo o sólo por el sobreviviente. De esta época tenemos varios títulos, La risa va por los barrios, 1940; Olvidadiza, 1942; Ventolera (1944). Del mismo modo, el cine de esos años se llenó de adaptaciones de los Quintero.

El lenguaje de sus piezas es un castellano depurado y elegante pasado por el tamiz fónico del dialecto andaluz; sus chistes son finos y de buen gusto, sin llegar nunca a la chabacanería; con ello estilizaron e idealizaron el género chico; abunda la gracia y la sal con una genuina vis cómica. Fueron maestros en el diálogo, siempre vivaz y gracioso. Su obra, a pesar de adolecer de una cierta superficialidad, posee una construcción elegante y poética, y una gran riqueza de términos y giros empleados en Andalucía.

Pese a esto, muchos los acusaron de llevar a los escenarios una Andalucía falsa y dulzona, representada en unas obras en las que un débil argumento estaba cuidadosamente revestido con diálogos chispeantes y alegres, pleno de equívocos, modismos andaluces y sano humor.

Una fórmula que, realmente, encajaba exactamente con lo que el público deseaba ver. En cierta forma un teatro hecho bajo demanda; un teatro optimista y de evasión, sin pretensiones de ser innovador. Un teatro naturalista con una, posiblemente, premeditada ingenuidad en el que se esquivaba las situaciones conflictivas y se aceptaban sólo algunas mínimas dosis de dramatismo, imprescindibles para dar una mayor consistencia a los argumentos.

En el otro lado de la balanza, entre sus defensores, podían situarse a Azorín y a Luis Cernuda.

El primero escribía:

"Los Álvarez Quintero han traído al arte dramático -y esa es su originalidad- un perfecto equilibrio entre el sentimiento individual y el sentimiento colectivo, entre la persona y la sociedad". Buen piropo del que fue considerado un maestro del lenguaje en su época. Azorín resalta, además, el empleo de la bondad como ingrediente positivo de toda la obra de los escritores sevillanos.

Lo cierto es que fue una perfecta simbiosis, que dio como resultado una prolífica producción de más de doscientas piezas de teatro costumbrista con identidad propia, pudiéndose incluso hablar de un teatro “quinteriano”. Renovaron las viejas fórmulas del género chico, dotándolo de una mayor emoción y huyendo por entero de la comicidad grotesca, reflejando amablemente el espíritu y la gracia de Andalucía, alejándose de toda crítica o conflicto social.

Fueron nombrados hijos predilectos de Utrera y Sevilla y adoptivos de Málaga y Zaragoza.

Referencias

Poetas Andaluces - poetasandaluces.com/autor.asp?idAutor=28




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