Todos somos necios fingiendo ser sabios a la hora de amar. Creemos haber descubierto la receta secreta para dar y recibir amor, pero...

¿Quién sabe amar cuando su mayor temor es el abandono?
¿Quién puede perdonar si solo piensa en sí mismo?
¿Quién es capaz de recibir amor si nunca lo ha sentido verdaderamente?
¿Quién puede nutrir el alma de otro cuando ni siquiera ha mirado la suya?

Solo somos errantes en busca de amor sin miedo, pero, al final, fabricamos reglas, listas e ideas para intentar comprenderlo... Para volvernos menos vulnerables. Para convencernos de que no saldremos tan heridos.

Tonto no es quien ama, sino quien cree que el amor puede ajustarse a sus condiciones. Elegimos amar, sí, pero solo cuando creemos que el otro es “digno”. ¡Cuánta soberbia! Como si el amor fuera un premio y no un regalo. Como si nosotros, con toda nuestra vanidad y egoísmo, fuésemos jueces de quién merece ser amado.

Si el amor se otorgara por mérito, nadie lo recibiría. Todos somos frágiles, imperfectos, orgullosos. Nos aferramos a fórmulas, teorías y definiciones, sin atrevernos a mirar el amor en su esencia más pura. Somos nosotros quienes lo complicamos, quienes lo envolvemos en reglas y condiciones, cuando en realidad amar es simple... tan simple que nos asusta.

Porque amar no se trata de merecer, sino de entregarse. Pero en nuestra necedad, buscamos la dificultad en lo sencillo, solo para convencernos de que algo hemos ganado.

—Alma Mojica