Déjate querer
Le prometí un poema en medio de este encierro y lo único que he conseguido, a fuerza de tanto pensar en ella para crear los versos, es tener sueños eróticos. ¡A la chingada!, ya lo decidí, mejor dejaré que las cosas fluyan en medio de estos días, en los que da lo mismo si es lunes, miércoles, viernes, si aún es marzo o si en realidad el mundo colisionó con un cometa y yo, como nunca me entero de nada, sigo creyendo que el mundo existe y estoy aquí haciéndole al pendejo, naufragando en los efectos residuales de mi subconsciente atormentado.
En medio de los días aciagos,
cuando el encierro se vuelve insoportable.
a veces ella viene a mi, así sin más,
como a veces, así sin más, llega la suerte.
No, ya dije que no quiero escribir versos. Quiero escribir de corrido para espantar el aburrimiento. Y es que en estos días, todos deberíamos estar otra parte. Yo por ejemplo, debería estar a estas mismas horas rumbo a Punta Mita, sentado en una mesa del café km 118, disfrutando de un té verde con el bolillo que te sirven aún caliente. ¿No va querer nada más? me insiste siempre la misma camarera, mientras yo le digo que no con una sonrisa que a ella no le gusta nada. Agarra un puñado como de diez hojas emplasticadas con fotos de platillos y se va murmurando cosas, mientras yo pienso: “¿diez hojas de carta?. ¡No mames!. Sólo pensar en hojearlas me da güeva”.
Suave llovizna donde se dibujan los arcoiris,
y el rojo gloss que ella enciende entre sus labios,
por el puro gusto de adivinar entre mis ojos,
los pensamientos que no alcanzo a controlar.
Deja los versos. Sigamos en lo nuestro. ¡Ah, sí!. La carta inmensa. Yo nunca leo las cartas de los restaurantes, me caga. Los lugares para comer primero deben agradarme a la vista. Luego me siento, veo la decoración, que es lo que come la gente a mi alrededor, escucho el trajín de la cocina, veo la actitud de los meseros, pero sobre todo, escucho que platica la gente. Creo que un buen lugar para comer es un lugar donde la gente platica cosas. A veces me quedo inconcluso en las conversaciones y eso me pone tenso. El otro día, en una mesa de junto, un joven se esmeraba, a través de complicados razonamientos, en explicar a su acompañante, como saber si alguien es tu verdadero amor. Como a mi en eso del amor me ha ido siempre de la chingada, obvio que me puse atento, digamos que casi iba tomando nota. El joven desbordaba conocimiento, saltaba de una teoría a otra pero con una parsimonia desesperante, le destilaban las ideas como a López Obrador y mi mesero chingue y chingue con la cuenta. Total que no escuche el final. Durante una semana no pude apartar de mi cabeza la interrogante de cómo había terminado aquella brillante exposición y cuál era el secreto para encontrar el verdadero amor, le di muchas vueltas al asunto, hasta que me dieron ataques de nervios y ansiedad.
Se sienta junto a mi y me cuenta cosas.
Me da a beber de su alegría como a los pájaros.
Me habla de León como si fuera un pueblo bello,
donde los tordos forman parvadas en el cielo
y el maíz maduro pinta dorados los sembradíos.
Que hay una presa donde las nubes beben agua
y en la mañanas, Doña Lucita les quita el hambre.
¿En que íbamos? ah si, que yo debería ir rumbo a Punta Mita. Tenía mi semana reservada en la villa. Dos meses antes me hablaron de recepción para confirmar y yo con total seguridad les dije: ¡Por supuesto que ahí estaré! ¿o que, piensan cerrar?. La señorita muy amable me dijo que en realidad estaban confirmando todas sus reservaciones dada la contingencia sanitaria. No chinguen, le dije, es en Abril y apenas es Febrero, después de semana santa, eso del coronavirus para ese entonces ya acabó. Trump decía que con el sol se moría el virus, nuestro presidente decía que todo era puro pedo, y yo pues, no es que crea mucho en alguno de esos dos, pero tampoco creí que semejantes investiduras hablaran a lo pendejo, en perjuicio de los doblemente pendejos que los escuchamos.
Llena mis ojos con flores de azalea y flamboyán.
En sus manos adivino lo que queda por venir.
La línea de la vida, que se arquea y da una vuelta,
en el pliegue del destino, donde está su corazón.
Si les digo, el encierro me tiene loco, puro pinche desvarío. Total que debería estar allá y en cambio estoy aquí, queriendo escribir un poema que nomás no me sale... ¿como habrá acabado la historia de aquellos jóvenes en el restaurante?. Me gusta pensar que esa noche misma noche, desnudos se abrazaron para darse una probadita mutua de lo que es el amor verdadero, ya saben, ese que sólo es posible transmitir sexualmente.
Dejo fluir las risas que nos contagian,
desbarato el cielo para reacomodar el tiempo
y hacer largos los instantes, que ella inventa para mi.
Leo un Tuit: “Quédate con ese que mientras te besa, te agarra una nalga”. Respondo que estoy de acuerdo. Acto seguido, me bloquea... Chingada madre. Creí que había encontrado el amor.