Sinominia
Estar en lugares
bellos,
reales,
mágicos,
imaginarios,
lugares de libre acceso,
gente sin fila y sin boleto
de vuelta al lugar de origen.
Estar convicto
por
el mar
creador…
de aguas,
que nutren e hidratan;
de vientos,
que soplan tormentas de arena;
de reflejos solares,
que tonifican el rostro de las mujeres del mar,
que oscurecen la piel de los parroquianos de orilla,
que broncean la figura esbelta de todas las visitantes.
Estar de acuerdo
en
que
el sol,
la luna
y el viento
resecan la piel,
restituyen el ánimo y
restauran páginas sueltas,
—en un viejo y olvidado diario—,
para el regresivo final del calendario.
Estar enamorado
de
una
fina
y bella
trigueña
de piel canela.
Elegante señora bonita
olvidada dama del capitán
del último barco que zarpó
de este puerto abandonado.
PARTE 02…
Estar desencantado,
odiado,
excluido
y perseguido
por amar y soñar,
propagando la libertad
en algún lugar restringido.
Estar descansando
en
un
lugar
quieto,
tranquilo
y reposado.
En lugar solaz,
borrado del mapa,
lejos del ruido habitual,
en ayuno sin pan y sin agua,
ni desayuno ni almuerzo ni cena
sacrosanto ideal del retiro espiritual.
Estar cautivado
por
el amor y sus
locuras alucinantes,
que imaginan luces y sombras
que cautivan,
que escuchan gritos y murmullos
que incriminan,
la locura inducida
de un frío que congela y un calor sofocante
que se sienten.
Estar atrapado
en
los
minutos
absolutos
de silencio
(sin eco ni ruido)
sólo haciendo mutis
atrapado y sin salida
en un reclusorio silente.
Estar prohibido
en
un
raro
insólito
absurdo
extraño
inaudito
invisible
inhóspito
intolerable lugar prohibido.
Estar en un lugar
mudo,
sordo,
ignorado
y traicionado.
Caído en la desgracia
y desdichado en el amor,
imposible superar la comedia
de un destino que nadie merece.
Estar apartado
en un lugar,
íngrimo y sólo,
enfermo sin cura ni médico,
rendido sin fe ni esperanzas,
reo sin proceso ni sentencia,
preso sin cargos ni fórmula de juicio,
condenado en un espantoso purgatorio
de alguno de los tantos países lacayos del planeta.