Alejandro Pérez

A mi abuelo, el desconocido.

En el trecho que separa los cuerpos dorados.
La muerte se fuma un cigarro.
Es de un perfume de hueso.
Mientras, la lluvia esboza su rostro apocado.
 
Nadie se había tomado la libertad de escribirle.
Fue por eso que la muerte sorprendió.
Cuando al soltar la bocanada del tabiro.
Se percataba de una partitura en clave de Sol.
 
La melancolía ahondo en sus vacíos huesos   .
Al momento de reconocer la canción.
Ella sabía quién osaba interpretarla.
Y rápidamente un camino la muerte tomo.
 
En un bar se encontraba Pedro cantando el son.
El mismo que le canto a mi abuelo.
El compositor de la hablada canción
De pronto blasfemando una nota, la muerte lo vio.
 
—¿Qué te reclamare, Pedro? – exclamo la muerte.
Si fui yo quien te trajo hasta acá.
Siempre me esforzaba en persuadirte y cortejarte.
Me duele hasta el alma que no esta
 
Mi abuelo salió ebrio apestando a pobre tabaco.
Iba cantando la canción cifrada en Sol
No tardo mucho cuando al cruzar la calle.
La muerte por su tristeza raudamente se lo llevo.
 
No tardó mucho en darse cuenta del error.
Pues mientras con su tela volaba.
Al dirigirle la mirada a su amado se percato.
Que el rostro no era el del compositor.
 
Que suerte la de la muerte.
Que suerte la de mi abuelo.
Que suerte la de Infante.
Que al final murió en un vuelo.

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