Con el rostro enlodado, en un rapto de furia celosa
levanto el acta de mi piel.
Esta piel mía, fantasmal y tensa,
que envejece sola.
Hay respuestas, condenas, hay nacimientos
y heridas de clavos que algo significan.
Mas ni eso, ni la elevación del cáliz encendido
muerte y muerte del hombre por el hombre,
anuncian paz.
Como puede verse,
en el hospital terrestre las consignas son crueles
y la más cruel, la más extensa,
ordena convertir el grito en injuria desolada.
Con todo, y sin los subterfugios usuales
me confieso que estoy muerto. ¡Contento Señor!
Pues me llevas como a un enfermo evangélico,
como a un paralítico,
cuya sangre indecisa derramada en el camino
es un ojo indeciso y humeante.
Yo nada he sustituido,
Pues en rigor mi permanencia fue oscura.
Y luego,
cuando el paso y la caída esfumaron en verdad mi piel
no pregunté si el infalible beso,
fue de un ángel vengativo o de un simple loco.
He tratado de decir,
que el occidente está enfermo de materia y de ironía.