La memoria está hecha para recordar lo que no importa.
Lo que importa va al sueño, a la mirada y al andar de cada uno.
El tuétano de la vida se esconde en nuestro silencio.
Si buscas algo importante, olvida la memoria: calla y contempla,
calla y contempla.
Durmamos, si queremos saber.
Mirémonos al espejo, si queremos saber.
Caminemos, si queremos saber.
Ahora que recordé el nombre de Federico García Lorca
(al toparme con su rostro en una hermosa fotografía), dije:
Éste es Federico García Lorca. Pero su rostro
no me dijo mucho (porque ya no existe, acaso).
Busqué, entonces, el lugar donde el poeta llama a la miel
“momia de luz” y “hermana de la leche”, “resumen genial de lo lírico”.
Pero no encuentro el lugar, ni entre mis libros ni en internet.
Confío en encontrar los versos del granadino
en alguno de mis sueños.
Aunque sé que si aparecen mientras duermo, ay,
no los recordaré cuando despierte.
Y así es con todo.
P.D. Hoy, martes 16 de julio de 2024, varios años después de haber escrito estos versos, estoy descalzo y piso descuidadamente las hojas de Poesía Completa de García Lorca (edición de Galaxia Gutenberg). Algunas hojas, pocas, están secas y crujen al tocarlas con mis pies. Otras, en cambio, las más, siguen frescas y jovencitas, húmedas, como las correspondientes a las páginas 38 y 39, donde leo el poema que había olvidado: “El canto de la miel”, escrito en Granada, en noviembre de 1918.