Ciñe orgullosa de Minerva el casco.
El ideal que en su leyenda flota
traduce un aislamiento de gaviota
desmayada en un sórdido peñasco.
Decir su nombre es como abrir el frasco
de un perfume que anuncia en cada gota
un espejismo de ciudad remota:
Roma Jerusalén Tebas Damasco...
Germen de luz sobre su campo prende;
y heraldo de esa luz que la defiende,
nunca el laurel su excelsitud le aparta.
Y en sus cumbres graciosas y serenas,
al clarín vencedor que grita: ¡Esparta!
el arpa ilustre le responde: ¡Atenas!