Agustín Acosta

Camagüey

Está encantada y encantada queda
en el recuerdo que a su luz se irisa.
Nadie espere que hipócrita o sumisa
a cortejar el deshonor acceda.
 
En carrera ideal su fama rueda;
y es de su corazón alta divisa
el nombre de su inmensa poetisa,
de su augusta y viril Avellaneda.
 
Cuando el lobo español llegó a su monte,
Caperucita le cedió a Agramonte,
su gorro frigio... Y en las ya lejanas
 
noches de su patriótico ardimiento
habló de libertades con el viento
la lengua secular de sus campanas.
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