VI
Yordanis Dominguez Baez
V
El marinero de mis letras desconoce
como cualquier mortal, los rostros del mañana:
ellos, similares a la despedida
no muestran su magnífico perfil
solo algunas de las caras
que fueron treinta monedas de plata
y el César en cada una de ellas agujereado
las fatuas brújulas de Odiseo
nunca fieles al regreso
pero sí a la tierra donde estuvo su raíz,
el infinito amanecer de Stevens
con una oreja perforada
y la vida abierta desde el pecho
lo amargo del motín
la incertidumbre de un cadalso.
Ahora, el marinero inicial
comparte los caracteres de otro
que une el destierro, la añoranza, la tinta
y confunde las estaciones:
“El naufragio también es pretexto
para conquistar islas.”
Estas letras son océanos y tal vez,
ya tengan náufragos en el próximo verso
y el papel sea inútil
si no corresponde a un mapa
o viejas cartas de amor
destinadas a capitanes tuertos en vino
mujeres y libertad,
capitanes de un brazo ambiguo
siempre inclinado al horizonte
y otro, un poco más real,
asido al timonel de los recuerdos
a la bruma de mil puertos y razones lejanas
a la madera de un barco
trascendente y letal,
capitanes huérfanos de la verdad
pero venturosos en el deseo y el arcabuz.
Llegado a este punto
toda la tripulación es un poema
un motivo que justifica
la deriva de los papeles y arcanos tesoros
una leyenda contada siglos atrás
por algún viejo, marinero y vanidoso
al salir de la taberna
con la voz enmohecida
y lastrada por el ron.
