Serafín José García

Vichando

Cerca’e mi rancho’e palo a pique crusa
la culebra pardusca de un camino
que trepa gambetiando a la cuchiya
y se pierde dispués de un bajío.
 
De a ratos, dibrusao en la tranquera,
yo me pongo a vichar a los que pasan;
a los que cren’tuavía en las promesas
y se dejan cinchar por las distancias.
 
Sé cuála es l’ansia que a cadáuno d’eyos
le sirve de rodaja;
conosco la ilusión que los curtea
y lo fayuto’e tuitas esas cuartas.
 
Y sé que al repechar uno’e los tantos
cuest’arribas que tiene la esistencia,
se han de sentir cansaos de andar sonciando
y, arrepentidos, han de dar la güelta.
 
Yo no compriendo por qué pucha el hombre
carcula siempre hayar la dicha lejos,
siendo que, si es qu’esiste, la yevamos
en lo projundo de nosotros mesmos.
 
Lo pior es que ricién nos damos cuenta
al dir yegando a viejos.
Cuando la vida nos ha güelto tristes
aprendemos ricién a ver p’adentro...
 
Yo tamién, cuando moso, rodé muncho;
me aburrí de oriyar los horisontes;
y juí dejando, en pagos siempre iguales,
las osamentas de mis ilusiones.
 
A juersa de porrasos juí aprendiendo
a querer el silencio y la tristesa,
y a encontrar las dulsuras escondidas
entre l’amarga cáscara’e las penas...
 
Aura tuitos mis días son de un pelo:
nada me tráin y no me yevan nada;
y voy escureciendo dispacito
sin sentir el tirón de las distancias.
 
Por eso, cuando vicho pal camino,
me da lástima ver esos cristianos
que pasan con tropiyas d’esperansas
y han de volver arriando desengaños.
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