Salvador Díaz Mirón

La oración del preso

¡Señor, tenme piedad, aunque a ti clame
sin fe! ¡perdona que te niegue o riña
y el ara tienda con bochorno infame!
 
Vuelvo al antiguo altar. ¡No en vano ciña
guirnaldas a un león y desparrame
riego que pueda prosperar tu viña!
 
¡Líbrame por merced, como te plugo
a Bautista y Apóstol en Judea,
ya que no me suicido ni me fugo!
 
¡Inclínate al cautivo que flaquea;
y salvo, como Juan por el verdugo,
o como Pedro por el ángel sea!
 
Habito un orco infecto; y en el manto
resulto cebo a chinche y pulga y piojo;
¡y afuera el odio calumnia en tanto!
 
¿Qué mal obré para tamaño enojo?
El honor del poeta es nimbo santo
¡y la sangre de un vil es fango rojo!
 
Mi pobre padre cultivó el desierto.
Era un hombre de bien, un sabio artista,
y de vergüenza y de pesar ha muerto!
 
¡Oh mis querubes!  ¡Con turbada vista
columbro ahora el celestial e incierto
grupo que aguarda, y a quien todo atrista!
 
¡Y oigo un sordo piar de nido en rama,
un bullir de polluelos ante azores;
y el soplado tizón encumbra llama!
 
¡Dios de Israel, acude a mis amores:
y rían a manera de la grama,
que hasta batida por los pies da flores!

Cárcel de Veracruz. Septiembre de 1895.

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