Amo tu mano agresiva
arrancándote la blusa
para que tu carne intrusa
se disuelva en mi saliva.
Tu mano, en definitiva,
no es personaje central,
pero si el multilabial
tragaluz del paroxismo
patrocina el erotismo,
la coalición es “letal¨¨.
Beso las ondulaciones
que te lascivian el torso
como patente de corso
para epicúreas regiones.
Tus areolas y pezones
magnetizan cordilleras
lúbricas y majaderas,
en relación inmediata
con la deseosa fogata
que camuflan tus caderas.
Me excitan tus cicatrices
de maternal eugenesia
segmentando tu geodesia
en minúsculos países.
Yo enaltezco esos deslices
de seducida bisoña,
porque anulo la carroña
sobre la que el goce asciende
cuando la duda pretende
inmiscuir su ponzoña.
En la mañana tu axila
transpirante es un hallazgo,
aunque ejerza el liderazgo
la redoma en que destila
tu cuerpo su retahíla
de emanaciones ignotas
que me empujan a remotas
madrigueras donde el hombre
comenzó a ponerle nombre
al placer con palabrotas.
Sería suprema injusticia
menospreciar a tu boca
que casi nunca se apoca
en el rol de la impudicia.
Es cierto que la codicia
la mueve, que su honradez
es discutible, tal vez,
mas, en su misión no mengua,
aunque al final es la lengua
quien le gana en avidez.