Raúl González Tuñón

Los ladrones

Ven a verlos por la mañana
con la gorra hasta las orejas.
Han desvalijado a las viejas
del Asilo de las Hermanas.
 
Dilapidarán sus dineros
con mujeres y malandrinos
en pocilgas y merenderos,
en milongas y clandestinos.
 
Oirán un tango de Pracánico
y en lo del Pena ole con ole
mientras sueñan con Rocambole
las muchachas en el Botánico.
 
Del Parque Goal el payador
humedecerá sus mejillas
cantando sombrías coplillas
de sangre, de muerte y de amor.
 
A la noche con la mamúa
irán de pura recalada
a besar la crencha engrasada
que cantó Carlos de la Púa.
 
Y son humanos, inhumanos,
fatalistas, sentimentales,
inocentes como animales
y canallas como cristianos.
 
Ninguna angustia los desgarra.
Cada cual vive como quiere.
Cuando la madre se les muere
le ponen luto a la guitarra.
 
                        Los ladrones
 
Los ladrones usan gorra gris, bufanda oscura y camiseta a rayas.
Algunos llevan una linterna sorda en el bolsillo. Por otra parte, se enamoran
de robustas muchachas, coleccionan tarjetas postales y a veces
lucen un tatuaje en el brazo izquierdo, una flor, un barco y un nombre:
Rosita. Todos los ladrones están enamorados de Rosita y yo también. Los
ladrones saben silbar, bajarse de los coches en movimiento y bailar el
vals. Aman sobre todo a la madre anciana y cuando ésta se les muere
cantan un tango, lloran desconsoladamente y de los objetos dejados por
la muerta, a repartirse entre los hermanos, eligen una virgen de plata y
el canario.
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