Era un negro muy negro y flaco muy flaco,
sus piernas largas terminaban en pies anchos como
la hoja de una planta del país.
No tenía nada.
No tenía novia.
No tenía madre.
Ni madrina.
Ni goma de mascar.
No tenía nada.
Entonces, ¿qué tenía? ¿Por qué reía, por qué cantaba?
¡Negro contento!
¡Qué negro contento! ¡Cómo tocaba con sus dedos finos, largos, veloces y
negros ese negro contento!
¿Qué tocaba?
¿Un tambor?, no; ¿una guitarra?, no; ¿un banjo?, no.
No, no, no.
Bailaban sus dedos vertiginosamente en un pequeño cajón de lustrabotas. ¡Qué negro aquel!
Daba gusto oírlo, la tonada era alegre, movía los hombros, movía la cabeza, movía los ojos, movía los pies.
No tenía nada.
Estaba contento.
¡Qué negro contento!