Rafael Obligado

Poema Santos Vega 3 – El himno del payador

En pos del alba azulada,
ya por los campos rutila
del sol la grande, tranquila
y victoriosa mirada.
Sobre la curva lomada
que asalta el cardo bravío,
y allá en el bajo sombrío
donde el arroyo serpea,
de cada hierba gotea
la viva luz del rocío.
 
De los opuestos confines
de la Pampa, uno tras otro,
sobre el indómito potro
que vuelca y bate las crines,
abandonando fortines,
estancias, ranchos, mujer,
vienen mil gauchos a ver
si en otro pago distante,
hay quien se ponga delante
cuando se grita: ¡A vencer!.
 
Sobre el inmenso escenario
vanse formando en dos alas,
y el sol reluce en las galas
de cada bando contrario;
puéblase el aire del vario
rumor que en torno desata
la brillante cabalgata
que hace sonar, de luz llenas,
las espuelas nazarenas
y las virolas de plata.
 
De entre ellos el más anciano
divide el campo después,
señalando de través
larga huella por el llano;
y alzando luego en su mano
una pelota de cuero
con dos manijas certero
la arroja al aire gritando:
“¡Vuela el pato!—¡Va buscando
un valiente verdadero!”
 
Y cada bando a correr
suelta el potro vigoroso,
y aquél sale victorioso
que logra asirlo al caer.
Puesto el que supo vencer
en medio, la turba calla,
y a ambos lados de la valla
de nuevo parten el llano,
esperando del anciano
la alta señal de batalla.
 
Dala al fin. Hondo clamor
ronco truena en el circuito,
y el caballo salta al grito
de su impávido señor;
y vencido y vencedor,
del noble triunfo sedientos,
se atropellan turbulentos
en largas filas cerradas,
cual dos olas encrespadas
que azotan contrarios vientos.
 
Alza en alto la presea
su feliz conquistador,
y su bando en derredor
le defiende y clamorea.
Uno y otro aguijonea
el ágil bruto, y chocando
entre sí, corren dejando
por los inciertos caminos
polvorosos remolinos
sobre las pampas rodando.
 
Vuela el símbolo del juego
por el campo arrebatado,
de los unos conquistado
de los otros presa luego;
vense, entre hálitos de fuego,
varios jinetes rodar,
otros súbito avanzar
pisoteando los caídos;
y en el aire sacudidos,
rojos ponchos ondear.
 
Huyen en tanto, azoradas
de las lagunas vecinas,
como vivientes neblinas,
estrepitosas bandadas;
las grandes plumas cansadas
tiende el chajá corpulento;
y con veloz movimiento
y con silbidos de balas,
bate el carancho las alas
hiriendo a hachazos el viento.
 
Con fuerte brazo les quita
robusto joven la prenda,
y tendido, a toda rienda:
“¡Yo solo me basto!” grita.
En pos de él se precipita,
y tierra y cielos asorda
tras el audaz desafío,
con la pujanza de un río
que anchuroso se desborda.
 
Y allá van, todos unidos,
y él los azuza y provoca,
golpeándose la boca,
con salvajes alaridos.
Danle caza, y confundidos,
todos el cuerpo inclinado
sobre el arzón del recado,
temen que el triunfo les roben,
cuando, volviéndose, el joven
echa al tropel su tostado...
 
El sol ya la hermosa frente
abatía, y silencioso,
su abanico luminoso
desplegaba en occidente,
cuando un grito de repente
llenó el campo y, al clamor
cesó la lucha, en honor
de un solo nombre bendito,
que aquel grito era este grito:
¡Santos Vega, el payador!
 
Mudos ante él se volvieron,
y, ya la rienda sujeta,
en derredor del poeta
un vasto círculo hicieron.
Todos el alma pusieron
en los atentos oídos,
porque los labios queridos
de Santos Vega cantaban
y en su guitarra zumbaban
estos vibrantes sonidos:
 
“¡Los que tengan corazón,
los que el alma libre tengan,
los valientes, ésos vengan
a escuchar esta canción!
Nuestro dueño es la nación
que en el mar vence la ola
que en los montones reina sola,
que en los campos nos domina,
y que en la tierra argentina
clavo la enseña española.”
 
“Hoy mi guitarra, en los llanos,
cuerda por cuerda, así vibre:
¡hasta el chimango es más libre
en nuestra tierra, paisanos!
Mujeres, niños, ancianos,
el rancho aquél que primero
llenó con sólo un ¡te quiero!
la dulce prenda querida,
¡todo! ¡el amor y la vida,
es de un monarca extranjero!”
 
“Ya Buenos Aires, que encierra
como las nubes, el rayo,
el Veinticinco de Mayo
clamó de súbito: ¡Guerra!
¡Hijos del llano y la sierra,
pueblo argentino! ¿Qué haremos?
¿Menos valientes seremos
que los que libres se aclaman?
¡De Buenos Aires nos llaman,
a Buenos Aires volemos!”
 
“¡Ah! ¡Si es mi voz impotente
para arrojar, con vosotros,
nuestra lanza y nuestros potros
por el vasto continente;
si jamás independiente
veo el suelo en que he cantado,
no me entierren en sagrado
donde una cruz me recuerde
entiérrenme en campo verde,
dónde me pise el ganado!”
 
Cuando cesó esta armonía,
que los conmueve y asombra
era ya Vega una sombra
que allá en la noche se hundía...
¡Patria! a sus almas decía
el cielo, de astros cubierto,
¡Patria! el sonoro concierto
de las lagunas de plata,
¡Patria! la trémula mata
del pajonal del desierto.
 
Y a Buenos Aires volaron,
y el himno audaz repitieron,
cuando a Belgrano siguieron,
cuando con Güemes lucharon,
cuando por fin se lanzaron
tras el Ande colosal,
hasta aquel día inmortal
en que un grande americano
batió el sol ecuatoriano
nuestra enseña nacional.
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