“Aquí pongo la mano. Voy poniendo
la mano aquí, y aquí, sobre los dones de la tierra; la pongo
sobre un árbol, sobre una cordillera nevada, sobre el mar.
Pongo la mano sobre el hombre. Pongo la mano aquí, tal vez sobre el amor, sobre una madre, sobre el sentimiento o el motivo que impulsa el sentimiento,
sobre la piel humana, o la injusticia, sobre un trozo de pan, sobre una niña.
Pongo la mano blandamente sobre
un quejido animal, sobre una duda;
la pongo aquí en la tersa, falsa, hundible envoltura del pensamiento. Pongo
la mano sobre la palabra, una
mano tan sólo sobre cada
palabra, puesta así, dejada sobre
un sonido, una voz, sobre el sentido o modo que sostiene
esa palabra o voz. Pongo la mano
sobre el viento que ordena
la marejada humana, sobre el puro
esquema de una vasta e imposible
conciencia universal; la dejo inmóvil, receptora, sensible,
sobre la puerta de salida, sobre
un destino mortal. Pongo la mano
sobre la causa, o Dios,
amorosa tal vez la mano. Pongo
la mano aquí, sobre el misterio.
Nada pido. Yo nada pido, amigos.
Creedme. Nada soy; si siquiera
una forma de ver o de tocar.
Yo nada tengo mío; sólo, acaso,
el gesto de ir poniendo, aquí y aquí, la mano con ternura.”